En la época de nuestra escuela, todos recibÃamos lecciones sobre el gran poeta Rubén DarÃo, quien cantó con su inigualable aliento estético al “mÃnimo y dulce” Francisco de AsÃs, recordando la leyenda del Lobo de Gubio que, en la Italia apenina, agobiaba y destruÃa pastores y ganado. Ante la furia devastadora de la fiera, Francisco decide conversar con ella y, al encontrarla, le invoca “paz, hermano lobo” y le pide poner fin a sus crueles desmanes. “Es el hambre” -le responde el lobo- la que me impulsa a matar, mientras hay hombres que matan por diversión. Francisco le asegura que todos los campesinos de la zona proveerán para alimentarlo y que, por lo tanto, ya no tendrá que matar para vivir. Y asà ocurre: va el lobo a la aldea y convive pacÃficamente con sus habitantes.
La mansedumbre de Francisco consiguió, al dialogar fraternalmente con el lobo, que éste acepte ir por caminos más eficaces y cordiales para saciar su hambre y que la aldea reconozca la solidaria obligación de proveer para su alimentación y subsistencia. Francisco concilió a quienes se miraban como enemigos, armonizó sus respectivos intereses y sentó las bases para que todos se sintieran mejor.
El papa Francisco ha sido seleccionado como el hombre del año por la prestigiosa revista Time. Su poder e influencia no se basan ni en el número de sus ejércitos, ni en el potencial de su economÃa, sino en esa fuerza insuperable que reside en quien se siente igual a todos los hombres, conoce sus falencias y sus ilimitadas posibilidades, y los trata con ese sentimiento de fraternidad que ennoblece al espÃritu de la humana estirpe. Nihil humanum a me alienum puto, como decÃa Terencio.
Por su sencillez, su cordialidad, su bondad, Francisco ha llegado a ser uno de los seres humanos más poderosos del mundo. Y ahora, con la fuerza que nace de su humildad y modestia, está emprendiendo en una de las revoluciones más largamente esperadas, que es la actualización de la Iglesia Católica.
Frente a este magnÃfico ejemplo de bonhomÃa, existen, desgraciadamente, quienes acumulan poder basados en la confrontación y en la negación del prójimo, que pueden tener buenas razones para buscar el cambio pero que excusan sus desvÃos con sinrazones que presentan como irrefutables. Matan por hambre. Y los hay que se divierten al hacerlo. Rechazan la lección de Francisco de AsÃs cuando nos dice que es posible obtener incruentamente el anhelado sustento.
Francisco quiere que aquellos a los que se les ha denegado justicia y derechos, puedan satisfacer su hambre. Y que puedan hacerlo en un ambiente de fraternidad. Esa es la revolución que está predicando, lo que le ha ganado ya, en pocos meses, el poder que necesitará para conducir este cambio que debe triunfar para beneficio de todos pero, singularmente, de los más pobres.