Uno de los diarios más conocidos de Europa publicó hace pocos días, una noticia que debe suscitar reflexiones en todos los países amantes de la libertad y la democracia.
El año 2008, respondiendo al gesto descortés de un ciudadano, el presidente Sarkozy le espetó un insulto (algo así como “esfúmate, estúpido”). Meses después, mientras visitaba Laval, otro ciudadano desplegó frente a Sarkosy una pancarta con esa misma expresión. De inmediato intervino la Policía y se inició un proceso judicial por “ofensas al Jefe de Estado”. El presunto infractor, condenado a pagar una multa de treinta euros, apeló ante la Corte Europea de Derechos Humanos. Para este tribunal, la expresión usada contra Sarkozy era “literalmente ofensiva”, pero no constituía un “ataque personal gratuito”, sino una crítica política a la que toda persona que actúa en la vida pública “se expone inevitable y conscientemente”. Añadió la Corte que quien utilizó la misma expresión usada previamente por el propio Sarkozy recurrió a la sátira como una de las formas que puede revestir la crítica política y concluyó que sancionar penalmente tal comportamiento podría tener un efecto “disuasivo” sobre las intervenciones satíricas que normalmente pueden contribuir al debate acerca de cuestiones de interés general. Dijo también que procurar una sanción penal contra el infractor es desproporcionado y que, al hacerlo, Francia ha violado la libertad de expresión.
La sentencia de la Corte Europea ha suscitado comentarios de variada índole. Algunos la han atacado por considerarla contraria a la necesidad de promover el respeto a las autoridades de la República, aunque muchos otros consideran que se inscribe dentro de la obligación de fomentar el ejercicio de las libertades y derechos ciudadanos.
Creo que se puede afirmar que el ciudadano que injurió a Sarkozy hizo mal, pero que más criticable fue la conducta del propio Presidente que, con todo el peso pedagógico de su autoridad nacional, empleó previamente la misma expresión ofensiva. Todo esto demuestra que, para que exista y se fortalezca el respeto a la autoridad legítima, esta tiene que dar ejemplo de civilidad y tolerancia y ganar así el aprecio general. Quien incursiona en política debe tener conciencia clara de que se expone “inevitable y conscientemente” al riesgo de ser injustificablemente ofendido. En este aspecto, debe premunirse de una “piel de cocodrilo”. Pero, en cambio, debe ser sensible a la crítica sustantiva sobre su obra de gobierno, para examinarla y eventualmente modificarla. La condena contra quien agravió a Sarkozy fue considerada “desproporcionada” por la Corte Europea. ¿Qué diría la Corte de sentencias que en nuestros lares se producen por decenas de millones de dólares de multa y años de prisión?