La brecha entre los patrimonios e ingresos de ricos y de pobres es el tema más importante sobre el cual se ha centrado el Foro Económico Mundial en Davos, Suiza. También, es tema principal en el proceso de selección de los candidatos que intervendrán en las elecciones presidenciales en los Estados Unidos previstas para noviembre de este 2016.
Aunque existen desacuerdos respecto de las cifras exactas de cuantos individuos controlan qué parte del patrimonio y los ingresos de la humanidad, no cabe duda de que un muy pequeño número de personas es dueño de una inmensa porción de los activos y recibe una también inmensa proporción de los ingresos mundiales. Aún más alarmante es el hecho, sugerido por varios estudios, que esta brecha está empeorando, y rápidamente.
Existen dos posturas ante esta realidad. La una es la de los acumuladores insaciables, que no ven motivo para buscar algo más en la vida que el crecimiento de sus patrimonios e ingresos, o para preocuparse por la pobreza en la que está sumido un tercio de la humanidad. Entre ellos se encuentran, por ejemplo, billonarios estadounidenses que invierten enormes sumas en el financiamiento de campañas políticas para evitar que se aumenten los impuestos sobre los niveles de ingresos más altos, o que se incrementen los salarios mínimos. Esa postura de profundo egoísmo social es la que tarde o temprano genera revoluciones. ¿Por qué creemos que se han dado fenómenos recientes como el castrismo en Cuba, el chavismo en Venezuela y Podemos en España, o históricos como las revoluciones francesa de 1789, mexicana de 1910, rusa de 1917? La respuesta es que, en alto grado, se han dado por la codicia y la insensibilidad de los más afortunados.
La otra postura ante la profunda desigualdad económica es la de personas de enorme fortuna como Warren Buffett y Bill Gates, que en años recientes donaron el 50% de sus fortunas. Y hace pocas semanas, Mark Zuckerberg y su esposa han anunciado la donación del 99% de la suya para la lucha contra la pobreza en el mundo.
No comparto la respuesta tradicional de la izquierda frente a la codicia y la insensibilidad de los privilegiados, que en muchas ocasiones ha consistido en elevar impuestos hasta niveles confiscatorios, poner límites a los ingresos, o confiscar propiedades rentables y volverlas improductivas, sea estatizándolas o haciendo una redistribución de ellas, que destruye su productividad.
Creo que la mejor respuesta ante este peligroso y moralmente preocupante problema reside, como ante muchos otros, en la capacidad de las personas para reflexionar. Y esa reflexión debe llevar a los más afortunados a preguntarse cuánto es suficiente, más allá de lo cual ayudar a aliviar la pobreza de otros es un acto no solo de decencia sino también de autodefensa.