El domingo 2 de octubre, la sociedad civil colombiana rechazó, por un muy pequeño margen, el acuerdo de paz firmado el pasado 26 de septiembre entre el Estado y las FARC.
Cuando por la tarde se anunció que había ganado el ‘No’, surgió por un tiempo la horrenda perspectiva de que Colombia regresaría a la guerra interna, y que moría la posibilidad de reincorporación de las FARC a la vida civil, de que se pueda esclarecer la verdad o se pueda encontrar a personas dadas por desaparecidas. Durante unas pocas horas de angustioso suspenso, el panorama lucía atroz. En conversaciones telefónicas con familiares y amistades, compartíamos la sensación de desastre.
Pero entonces, se pusieron en evidencia la flexibilidad y la voluntad y capacidad para generar cambios que nacen del reconocimiento de nuevas circunstancias y de nuevas oportunidades y, finalmente, de actos conscientes de voluntad. El Presidente Juan Manuel Santos anunció el mantenimiento del cese al fuego y la convocatoria a un amplio diálogo para resolver las diferencias que habían impedido la ratificación del acuerdo. Rodrigo Londoño, jefe máximo de las FARC, dijo, “Al pueblo que sueña con la paz, que cuente con nosotros.” Y un tiempo más tarde, el ex Presidente Álvaro Uribe, principal arquitecto de la campaña por el ‘No’, aceptó la convocatoria del Presidente Santos y declaró, “Nos escucharán y les escucharemos.” Estos tres anuncios constituyen esperanzadoras evidencias de la voluntad de las partes. Seguirán dialogando y negociando hasta llegar a un acuerdo cuyos términos sean satisfactorios para una amplia mayoría.
El escaso margen a favor del ‘No’ no resulta, entonces, un rechazo a la paz, ni debe interpretarse como la expresión de una voluntad de violencia. Me resulta convincente la afirmación de los opositores al acuerdo, liderados por los ex Presidentes Uribe y Andrés Pastrana y por el ex Vicepresidente Francisco Santos, de que no se oponen a la paz con las FARC, sino solo a ciertos términos del acuerdo, en especial al sistema de justicia transicional, cuyas penas para crímenes de enorme gravedad consideran cercanas a una concesión de impunidad.
Podemos razonablemente esperar que, en cierto tiempo, miraremos hacia atrás y veremos, en el susto del 2 de octubre, solo un momento difícil dentro de un proceso de paz que, como otros –Sudáfrica, Irlanda del Norte- pasó por varias etapas y algunos sobresaltos hasta poderse consolidar.
Saludo y expreso mis respetos a los dirigentes colombianos y a su pueblo. Nadie de ellos pretende la propiedad de la verdad. Todos aceptan que hay otras corrientes de pensamiento distintas, opuestas, pero legítimas. Todos entienden que lo que hacen dirigentes sociales responsables es sentarse a la mesa para escucharse y ser escuchados.