El verbo “ignorar” tiene dos acepciones. La primera denota ausencia de determinado conocimiento: si alguien no conoce, por ejemplo, los nombres de los planetas, es correcto decir que los ignora o es ignorante de ellos, lo cual no constituye defecto. La segunda acepción describe el acto voluntario, que sí considero un serio defecto, de “desconocer”, incluso con conocimiento de ella, la validez o importancia de una verdad o experticia.
Frente al coronavirus, Donald Trump sistemáticamente ignora, en este segundo sentido, las verdades de la virología y la epidemiología y la experticia de personas como el Doctor Antho. ny Fauci. Con beligerante voluntad de ignorar, Trump ha contribuido a que mueran miles de sus ciudadanos. “No pasa nada,” decía, ignorando la verdad, “Tenemos esto bajo control,” “Va a desaparecer mágicamente”, “Quien quiera una prueba puede obtenerla”. Todas, afirmaciones patentemente falsas. Más recientemente, recomendó el uso interno, potencialmente fatal, de desinfectantes que son altamente venenosos, causando horror incluso entre sus propios partidarios.
América Latina viene sufriendo desde hace mucho tiempo una similar voluntad de ignorar, con activa beligerancia, las verdades del fracaso y la inoperancia de la confusa visión populista-socialista-marxista-leninista del buen orden social. Una parte de cada generación de latinoamericanos, desde hace más de un siglo, ha insistido en dos falsas cantaletas – que es necesaria la lucha de clases, y que el liberalismo político, social y económico es la ideología de la explotación – y en la cruel fantasía de que en Cuba, Venezuela y Nicaragua se vive en el paraíso, en el cual, si algo anda mal (cosa que en general niegan), no es culpa del sistema sino del liberalismo explotador e imperialista. Nuevamente afirmaciones falsas, que ignoran con vehemencia la realidad.
Debemos preguntarnos qué hace que nuestras sociedades sean tan propensas a aceptar la voluntad de demagogos como Perón, los Castro, Chávez, Maduro, Ortega, Correa, de ignorar la verdad y la experticia. ¿Reflejan ellos, en el fondo, nuestra mayoritaria voluntad de hacer lo mismo? La vemos por todos lados: Guayaquil se tornó en un infierno pandémico porque mucha gente ignoró la necesidad de reducir el contacto social; personas enfermas con frecuencia mueren porque en vez de consultar a un médico, se auto-recetan; puentes caen y edificios colapsan porque no los construyen ingenieros sino “maestros de obra”; diversos grupos deciden acometer actividades sin los conocimientos necesarios, sabiendo que hay expertos que podrían guiarles, pero a quienes deciden ignorar.
Nuestras sociedades serán mucho más sanas y funcionales cuando tengamos menos voluntad de ignorar, con tan soberbia y auto-destructiva beligerancia, verdades evidentes.