La defunción del líder cubano Fidel Castro ha originado comentarios de la más variada índole en todo el mundo. Los ha habido que, reduciendo los sentimientos de humanidad hasta hacerlos casi desaparecer, han festejado tal muerte ¡Censurable actitud, aunque comprensible en quienes han sufrido, en carne propia, sesenta años de opresión y pérdida de las libertades! Otros, en forma ditirámbica, han elogiado a Castro hasta prácticamente endiosarlo, olvidando las consecuencias negativas de una revolución que, predicando la búsqueda de la justicia social, olvidó que sin el respeto irrestricto de los derechos humanos y las libertades, base indispensable para el desarrollo económico y social, no es posible aspirar al bienestar con equidad.
Recordé que Rousseau, cuya filosofía fundamentó la legitimidad del estado en un pacto social, y propugnó el respeto de los derechos humanos considerándolos universales e interdependientes, dijo –paradójicamente- que “a quienes se oponen a este sistema, hay que obligarles a ser libres”. Francia acogió esa doctrina y resolvió imponerla en toda Europa. Para ello optó por el “reinado del terror”, al interior del estado, y las guerras internacionales.
Para analizar al régimen cubano, se pueden utilizar algunos elementos relativos a esa historia. Castro emergió en Cuba como un líder que buscaba liberar al pueblo de la tiranía de un sargento déspota e iletrado, Fulgencio Batista, y triunfó en Sierra Maestra. Pretendió entonces sentar bases indestructibles para su revolución e internacionalizar la lucha por sus ideas. Quiso convencer al pueblo que los derechos y libertades serían un regalo de la revolución, trató de “obligarle a ser libre” y, para ello, levantó cadalsos y prisiones, réplica del reinado del terror de fines del siglo XVIII, y pretendió “liberar al mundo del imperialismo”, para lo que organizó las aventuras fallidas de Bolivia, Angola y otras.
La revolución castrista de sesenta años ha logrado algunos cambios en el campo social, pero ha bloqueado el desarrollo económico y ha desconocido sistemáticamente los derechos que constituyen la columna vertebral de un pueblo libre. Quienes visitan Cuba se asombran al observar la decadencia que se observa en todas partes. Un sistema de gobierno que, para alimentar al pueblo, hace uso de cupones distribuidos por el poder y que entrega un salario promedio de alrededor de 25 dólares mensuales no puede ser elogiado ni presentado como modelo y ejemplo.
Castro fue un líder carismático que produjo un impacto importante en América Latina y, en general, en todo el mundo. La historia lo recordará, decantando su méritos y sus defectos, pero no con los estrafalarios caracteres que algunos de sus serviles seguidores le atribuyen, como el de haber creado “al nuevo hombre latinoamericano”.