John Paul Lederach, uno de las grandes figuras en el campo de la resolución de conflictos, plantea que la humildad es cualidad esencial de toda intervención de una tercera parte en situaciones de conflicto.
Dice Lederach: “Desde mi perspectiva, la humildad consiste esencialmente en comprender el propio lugar y la propia humanidad. Lo opuesto de la humildad es la arrogancia, generalmente caracterizada por una actitud de superioridad. Pero no es la superioridad la que más asusta. Es más bien la creencia que uno ha logrado y se ha apropiado de todo el conocimiento y de toda la verdad. Manifiesto mi arrogancia cuando actúo como si, y más importante, cuando en realidad creo, que no tengo nada más que aprender”.
Esa arrogancia está ampliamente presente en nuestra realidad, no solo en el contexto de intervenciones de terceras partes en conflictos, sino en muchas otras incluidas las de padres y madres, las de profesores y las de autoridades que buscan influir, a veces de manera determinante, en las vidas de otros.
Y esa frecuente arrogancia viene acompañada de otra forma, opuesta a la que propone Lederach, de entender la humildad. Humilde, según esta otra perspectiva, es quien se humilla, se somete, agacha la cabeza, acepta y reconoce la “superioridad” del arrogante, no se atreve a desafiar ni a cuestionar, se resigna, obedece .
En la perspectiva que propone Lederach, cada uno de nosotros se autoimpone, como acto de consciencia, el reconocimiento de sus limitaciones, comprendiendo, con cautela, “el propio lugar y la propia humanidad”. En la otra perspectiva, son otros, los de mayor poder y arrogancia, los que obligan, como acto de obediencia, a renunciar al “propio lugar y la propia humanidad”.
Los arrogantes, dice Lederach, “se meten en situaciones enormemente complejas con iniciativas de corto plazo y conexiones con solo algunas pequeñas piezas del rompecabezas total. Sin embargo, actúan como si sus contribuciones proporcionarán respuestas a la complejidad del desafío y del necesario proceso de cambio”.
Agrega luego: “En la práctica, la humildad busca entender cómo las personas en un determinado contexto comprenden y crean significados, y cómo entienden sus necesidades, sus recursos culturales y sus desafíos. En vez de asumir una respuesta predeterminada, la humildad sugiere la necesidad de aprender, y de construir procesos que estén anclados en, y a la vez responden a, el contexto y la gente “.
Dos perspectivas, dos desafíos: para quienes podamos sentir la tentación de la arrogancia, asumir la consciente y constructiva humildad propuesta por Lederach, que es la más alta expresión de la verdadera fortaleza; y para quienes somos objetos de arrogancia, desprendernos de aquella humildad que acepta la dependencia y la sumisión, sacrificando la dignidad.