La noche del domingo, los grupos políticos más importantes de la Argentina festejaban. Las elecciones de mitad del período supusieron una importante inyección para varias fuerzas opositoras y el lanzamiento de nuevas figuras. Y dejaron una evidencia: la dispersión de los críticos del kirchnerismo.
A su modo, y con caras inocultables de preocupación, los partidarios de la Presidenta, aun inactiva por causas de salud, quisieron leer los resultados como una victoria.
La verdad cruda es que pese al triunfo opositor, el oficialista Frente para la Victoria (FPV) conserva una frágil mayoría en ambas cámaras legislativas. Eso se explica porque la renovación en el Senado y la Cámara de Diputados tan solo era parcial, pero el kirchnerismo del FPV bajó del 54 al 32%.
Pero está claro que los votos propios y los de los aliados no le alcanzan ni de lejos para una pretendida reforma de la Constitución para buscar la nueva reelección.
Aunque faltan dos años para las elecciones presidenciales, el mensaje de las urnas debiera ser de reflexión y rectificación.
Un país que vive una fuerte inflación, un dólar de mercado paralelo que casi duplica al oficial y denuncias de corrupción, se apresta a afrontar la compleja gobernabilidad, marcada por la dificultad de concebir la apertura y el diálogo, ausentes en diez años de tres gobiernos kirchneristas sucesivos.Algo ha cambiado desde el domingo pasado en Argentina.