Una democracia empieza y termina en las urnas, cierto es, pero no se limita, ni mucho menos, al mero ejercicio del sufragio. Y una campaña entraña muchas complejidades y no se observa con la debida profundidad, si solo se testimonia el acto simple del depósito de una papeleta en una urna de cartón. Una observación seria y profunda está obligada a ir más allá.
El Consejo Nacional Electoral, que ya está en funciones casi un año, ha dado varios traspiés en cuanto a la indispensable independencia y el control de los prolegómenos del proceso comicial. Se ha permitido campañas anticipadas, abundancia de propaganda de entidades del Estado pagada con millonarios recursos públicos, uso de lemas fácilmente asimilables a los empleados por el movimiento que promueve la candidatura oficial. Son detalles que está llamado por ley a controlar y regular el máximo organismo del sufragio.
Se marca así un inicio preocupante de la campaña sin la equidad necesaria entre los candidatos ni la independencia suficiente de la autoridad en relación con el poder político imperante. Frente a este panorama el período de inicio de las giras de los presidenciables, la divulgación de las ideas, planes y propuestas de los candidatos con un Código de la Democracia que no promueve la información abierta y plural y, por el contrario, puede limitarla, establecen un escenario delicado.
Ya es hora de escuchar al CNE motivar a los debates entre los postulantes la Presidencia y a la Asamblea. Esta atmósfera supone una advertencia para que los observadores internacionales no lleguen a solo echar un vistazo a la inmersión de la papeleta en la urna y estudien unos antecedentes que no hablan bien de la sana independencia exigible.