La normativa está del lado del ganador. Esa es la regla del juego escrita para los dos comicios presidenciales anteriores.
El sistema contradice el espíritu de los votos nulos y blancos. Aunque cabe recordar que está expresamente establecido que no se puede hacer campaña en favor del voto nulo, las personas que optan por él toman una posición contraria al proceso; muchas veces no se muestran de acuerdo con las elecciones o no comulgan con las ideas de ninguno de los candidatos.
El que vota en blanco suele ser una persona indiferente a la política y que no tiene una opinión ni a favor ni en contra y que no la expresa con énfasis. Contrariamente a una vieja tradición, casi una creencia, no hay norma escrita sobre el supuesto apoyo de quien vota en blanco a la expresión de la mayoría.
Pero lo que cabe saber, para que quienes votan tomen conciencia plena del poder de su voto, es que esas expresiones del voto nulo y blanco terminan apoyando significativamente al candidato que obtenga el primer lugar.
Veamos de qué manera: del total de votos consignados, los votos nulos y los blancos se restan de los válidos. A través de esa operación se reexpresan los porcentajes obtenidos por los candidatos y los márgenes entre ellos se amplían: quien va primero puede alcanzar la distancia suficiente e incluso puede evitar una segunda vuelta.
Lo más responsable sería elegir una opción entre las que se presentan y preservar el valor de cada voto.