El corte de energía que afectó distintas ciudades de Ecuador el pasado sábado 7 de septiembre de 2024, evidenció una realidad que ya no debería sorprendernos: la falta de preparación y planes de contingencia tanto en el sector público como privado.
Quito, Guayaquil, Cuenca, Ambato y Latacunga quedaron paralizadas desde antes de las 09:00, afectando servicios cruciales para el funcionamiento de estas urbes. Sin embargo, más allá de las quejas, las pérdidas económicas y el malestar ciudadano, hay un problema que no se puede dejar pasar y que no hemos sabido enfrentar: la falta de planes de contingencia.
No es la primera vez que enfrentamos cortes de luz y, aunque esperamos que sí, sabemos que no será la última. Estamos expuestos a fenómenos naturales como sequías, incendios y sismos, sin mencionar las fallas técnicas que afectan la infraestructura del país. Aun así, no parece que aprendemos lo suficiente de estas experiencias.
Cada vez que se presentan estos ‘eventos’, quedamos estancados, sin respuestas claras ni mecanismos que nos permitan continuar con nuestras actividades. Incluso en el mejor de los casos, tener un plan B no garantiza que alguien más, aparte de quien lo elaboró, lo conozca, y mucho menos que se aplique correctamente.
Esta falta de previsión se presenta en todos los niveles. En los hogares, por ejemplo, muchas familias no saben cómo actuar ante un corte de luz o agua, y en las empresas, el panorama no es muy diferente. Es alarmante que muchas organizaciones, incluso aquellas con tecnología avanzada, no cuenten con planes alternativos. Cuando el sistema se cae, hay colaboradores que suelen quedarse esperando sin actuar, desperdiciando tiempo que podría utilizarse en otras actividades. Incluso, hay casos, en que ni siquiera se reportan las fallas con la celeridad debida.
Lo más preocupante es que no basta con diseñar planes de contingencia si estos no son socializados ni forman parte de la cultura organizacional. Al igual que las inducciones cuando un colaborador nuevo se integra a una empresa, los protocolos de emergencia deben ser claros y practicados. Todos los involucrados, desde los altos mandos hasta el personal operativo, deben saber cómo proceder ante una crisis.
En definitiva, la vida no puede detenerse cuando falla el sistema. Se puede funcionar como un engranaje en el que, si un componente se retrasa, no afecte al conjunto. La única forma de avanzar es asumir la responsabilidad de tener planes claros, probados y ajustados según las circunstancias, tanto en la vida cotidiana como en el sector privado empresarial. Solo así se puede enfrentar la problemática y, a la vez, lograr aprendizajes y nuevas soluciones.