El norte de África y varios países árabes de Oriente Próximo han vivido en tensión desde inicios del 2011. Los rebeldes se toman Trípoli con apoyo de la comunidad internacional, salvo excepciones.
Ni bien se incrementaron los ataques y se advirtió la debilidad del líder de la revolución libia, los mercados internacionales comenzaron a reaccionar con movimientos bursátiles que mostraban la baja en la cotización del crudo.
Los pronunciamientos en días pasados de Hillary Clinton, secretaria de Estado de Estados Unidos, y del presidente Barack Obama, el fin de semana, pareció dar a la crisis de Libia sus golpes definitivos. Antes, la postura de Naciones Unidas y la OTAN dio aliento a los rebeldes que luchan desde enero, simultáneamente con las protestas de los movimientos sociales conocidos como la Primavera Árabe.
Libia es un pequeño país cuya principal producción es el petróleo. Su origen vinculado a la tradición de los beduinos se mezcla con la biografía de un líder peculiar. Tras la dominación otomana y un período como colonia de Italia y un breve reinado propio, Libia solo ha conocido el gobierno de Gadafi. El caudillo laico proclamó una filosofía: estado de masas y comités populares.
Estuvo alineado con los gobiernos revolucionarios y hasta entrenó guerrilleros de varios países de Latinoamérica.
Cuando reconoció la autoría de un brutal atentado terrorista ocurrido en 1988 en Lockerbie, que dejó 270 muertos, la comunidad internacional empezó a “olvidar” sus pecados del pasado, quizá por su cercanía con Europa a varios de cuyos países entregó petróleo (Italia, Francia, etc.).
Tras los alzamientos rebeldes apoyados por Occidente volvió a ser paria. Solo contados gobernantes le dieron apoyo, quizá por capricho o por un discurso antiimperialista.