El informe presidencial fue sui géneris. La Constitución señala como atribución y deber del Presidente presentar anualmente a la Asamblea su informe sobre el Plan de Desarrollo y sus objetivos.
Nada de eso se incluyó en el discurso presidencial. Se prefirió desmenuzar la presentación en pequeñas piezas del Vicepresidente, de varios ministros coordinadores y de unos pocos de los demás secretarios de Estado. Acaso los estrategas de comunicación del Régimen han descubierto la poca efectividad de las largas alocuciones presidenciales y han innovado el mensaje con esta modalidad acompañada de proyecciones y cuadros, para dejar que el Presidente abra y cierre el informe.
Curioso, por decir lo menos, el eje temático del discurso presidencial propiamente dicho. Otra descarga de críticas a la prensa; alusiones históricas de un pasado que se remonta a los días de la independencia y a los primeros años del siglo pasado, y una insistente obsesión por los sucesos del 30 de septiembre acompañaron novedosas teorías sobre figuras de la historia y episodios inconexos. Fue muy decidora la alusión a Simón Bolívar y Eloy Alfaro y una sutil inclusión de la suya propia en una dimensión a todas luces incomparable.
Fue también extraña e inopinada la conexión de sucesos totalmente distintos y distantes, como la matanza de los patriotas del 2 de Agosto, la Hoguera Bárbara y el 30 de septiembre. Se advierte una obsesión por ocupar un lugar en los libros, adelantándose al juicio de la historia.
Un informe presidencial en toda regla debía rendir cuentas a la nación sobre temas acuciantes: la inseguridad, la marcha de la economía, los nuevos escenarios mundiales y su impacto, y no ser nunca una repetición de ataques que crispan al país y están lejos del diálogo proclamado.