Cuando nos rompemos un hueso, la acción más lógico es acudir a un traumatólogo, persona experta en componer huesos rotos, con la razonable expectativa de que él o ella conoce los procedimientos esencialmente técnicos que debe seguir, y que los ha seguido muchas veces hasta volverse realmente experto. En consecuencia, podemos confiar ciegamente en que nos curará. Lo que a nosotros corresponde, en esta circunstancia, es entregarnos a sus expertas manos, aun si, en el proceso de sanarnos, nos llegase a causar dolor. Después de todo, él es el experto.
¿Qué hacer cuando alguien nos rompe el corazón? Ante esta experiencia que muchas y muchos de nosotros hemos sufrido en algún momento de nuestras vidas, ¿existe un equivalente al traumatólogo, alguien que podríamos llamar corazonrotólogo? ¿Puede alguien más sanarlo, que no sea quien tiene roto el corazón?
No, no puede. Otras personas pueden consolar, brindar apoyo, a veces con algo tan simple como estar a nuestro lado o darnos un buen abrazo. Pero nadie puede sanar el corazón roto de otra persona. No existen corazonrotólogos. Y es más, tampoco existen corrupcionólogos, abusólogos, irrespetólogos, indisciplinólogos o irresponsabilidólogos que pudiesen resolver, a nivel personal o social, esos terribles males –la corrupción, los abusos, los irrespetos, las indisciplinas y las irresponsabilidades- que están tan corrosivamente presentes en nuestras sociedades.
Sin embargo, muchas y muchos de nosotros nos empeñamos en buscar que alguien nos resuelva –dicho en buen quiteño, ‘nos dé resolviendo’- problemas que solo pueden ser resueltos si los enfrentamos y nos imponemos, disciplinadamente, los esfuerzos que demandan sus soluciones. Ahí está uno de nuestros mayores problemas: la pretensión y búsqueda de que ‘alguien’, mejor aún si es ‘experto’, enfrente el problema por nosotros, arbitre medidas, apruebe leyes, ponga e imponga reglas … en suma, se encargue del problema, liberándonos de la molestia de tener que siquiera reconocer que es nuestro y nos toca a nosotros .
En su brillante libro ‘Liderazgo sin respuestas fáciles’, Ronald A. Heifetz de la Universidad de Harvard plantea diferenciar entre, de un lado, problemas técnicos como un brazo roto, y, del otro, situaciones que denomina “desafíos adaptativos”. Estos son los que no tienen fácil solución técnica, y que, al no tenerla, requieren, para que se pueda restablecer el equilibrio personal o social, que las personas que enfrentan el desafío lo asuman, piensen, reflexionen, replanteen y aprendan. Propone Heifetz, además, que una buena manera de entender liderazgo es verlo como la actividad por medio de la cual nos podemos estimular mutuamente a enfrentar nuestros desafíos adaptativos, y a abandonar la inútil búsqueda de corazonrotólogos.