El título de este artículo no es original mío: es el de un excelente libro de Matt Ridley, y por eso está entre comillas. Podemos entender este término distinguiendo al optimista racional del que cabría describir como irracional, que solo expresa deseos, esperanzas y “ojalás”. Un optimista irracional a bordo del Titanic habría planteado que todo iba a salir bien, porque era lo que subjetivamente necesitaba sentir y creer. Al contrario, el optimista racional plantea que las cosas pueden salir bien, van a salir bien, porque ha estudiado las evidencias, y éstas justifican su optimismo.
Frente a la pesimista idea de que la humanidad nunca ha estado peor, que oímos expresada por muchos, Ridely y yo nos declaramos optimistas racionales en relación con el futuro de la humanidad. ¿Sobre qué evidencias? Aunque para vergüenza de todos nosotros hay aún mucha pobreza, desnutrición, violencia y abuso, vemos que, a través de la historia, las condiciones de vida de nuestra especie han mejorado en multitud de dimensiones: la vasta mayoría de seres humanos está mejor alimentada, tiene mayores ingresos, mejores viviendas, mejor transporte y comunicación, más acceso al agua y al desagüe, mayor expectativa de vida, está mejor protegida contra enfermedades, tiene mayor acceso a la educación, goza de mayor protección de sus derechos humanos y civiles que en cualquier época previa de toda la larga historia humana. No afirmo – absurdo sería – que están resueltos los problemas de la humanidad, pero sí, y las evidencias lo sustentan, que vamos mejor, mucho mejor, y seguimos mejorando.
Dicho esto, ¿Cabe estar racionalmente optimistas con relación al futuro sociopolítico del Ecuador actual? ¿Qué nos dicen las evidencias? Las que provienen de actitudes e intenciones nos dicen que sí cabe un racional optimismo: el proyecto de diálogos iniciado por el Señor Presidente, sus contactos con alcaldes de varias principales ciudades, las visitas del Secretario del Senescyt a los rectores de algunas universidades, la aparente (quedan dudas) intención de reconocer la deuda del Gobierno con el IESS son señales de buenas intenciones y, como tales, evidencias válidas. Pero no suficientes. A ellas deben agregarse las evidencias de los hechos. Recuerdo un lema que fue prominente en la vida política del Perú en el siglo pasado: “Res non verbi”, “Hechos, y no palabras”.
Para que las intenciones del poder se vuelvan hechos, quienes no lo detentamos debemos conceder el beneficio de la duda, escuchar, plantear con claridad y sin beligerancia, no rechazar irreflexivamente, y llegado el momento, colaborar. Algunos ya han tomado ese constructivo sendero, y merecen nuestros aplausos.
No deja, sin embargo, de ser al poder al que le toca brindarnos las evidencias de los hechos.