En tiempos en que la dignidad prevalecía, la palabra empeñada comprometía el honor, equivalía a un juramento. De una persona honorable se decía que su palabra valía más que su firma en un documento notarial. Las Cartas de la ONU y de la OEA consagran a la buena fe como norma de conducta de los Estados.
Una costumbre internacional consiste en intercambiar apoyos para satisfacer mutuas aspiraciones a ocupar funciones directivas en las instituciones multilaterales. Esta práctica ha merecido críticas porque frecuentemente coloca en un segundo plano los méritos del candidato en relación con las exigencias de la función a la que aspira. Pero los Estados que intercambian votos buscan, en primer lugar, asegurar la elección de su candidato. Estos compromisos no siempre se conciertan por escrito: la palabra empeñada basta y sobra.
El año 2015 el Ecuador había comprometido su voto para que el Japón sea elegido miembro del Consejo de Seguridad de la ONU. Sin embargo, el Presidente y su Canciller deshonraron esa palabra y, a último momento, apoyaron a Irán, presidido por Ahmadinejad, su aliado ideológico.
El Japón fue elegido, mientras el Ecuador perdió credibilidad y prestigio. Ahora parece, según la Cancillería de Honduras, que el Ecuador estaría nuevamente al borde de protagonizar un episodio similar. En enero de 2015, por escrito, propuso a Honduras intercambiar votos. Buscaba apoyo para su candidato a la Corte Interamericana de Derechos Humanos y ofreció apoyar a Honduras para la Presidencia de la Asamblea General de la ONU. Tal propuesta significaba que no tenía aspiración alguna a presidir la Asamblea General y, más aún, que apoyaría a Honduras para tal elección. ¿Cuánto de honorable tiene ahora la presentación de la candidatura de la señora Espinosa?
La costumbre -fuente de derecho en lo internacional- ha determinado hasta el momento, que el país que ya hubiere presidido la Asamblea General de la ONU no aspire a hacerlo de nuevo. Sería sumamente honroso si la comunidad internacional, tomando en cuenta el “prestigio internacional del Ecuador y los altísimos méritos intelectuales y éticos de su candidata”, decidiera romper la mencionada regla y elegir a ésta, como única excepción, para que presida la Asamblea General. Lamentablemente, no parece que este sea el actual caso. Tampoco es probable que el Grupo Latinoamericano y Caribeño se pronuncie por consenso en favor de una sola candidatura.
Hay que reconocer que lo multilateral ha perdido importancia, lo que parecería favorecer la posibilidad de “pescar a río revuelto”, pero sería lamentable que, de nuevo, estemos frente a una violación de la palabra empeñada, lo que ahondaría el desprestigio de la política externa del Ecuador y pondría de relieve los “méritos” de su Canciller.