Juan Otamendi, que llegó a ser una destacada figura de inicios de República, fue venezolano. Había nacido en Caracas en 1798, hijo de un clérigo y una negra esclava”. Durante su infancia, que se desarrolló en medio de una etapa de agitación social en Venezuela, debió haber experimentado la dualidad de ser hijo del amo y de la esclava, viviendo la ambigüedad del mulato y ciertos pequeños privilegios en la casa paterna. Desde sus primeros años se destacaría por su agilidad y talento, y al mismo tiempo habría sido testigo del surgimiento de la “Sociedad Patriótica” y de los eventos políticos y militares que desataron las guerras libertarias desde 1811.
En 1817 el joven Juan Otamendi se enroló en el ejército de Bolívar como soldado raso. Entonces, muchos negros y mulatos lo hicieron, no solo porque con ello lograban la manumisión, sino porque tenían expectativas de ascenso militar y social. Otamendi inició así una lucida carrera castrense que lo llevaría al más alto grado de general. }
Piedad y Alfredo Costales esbozan una imagen idealizada del hombre:
“Este soldado de la Independencia es un mulato recio; dentro de una constitución robusta se destacan unos miembros nerviosos y bien formados. Su talla rebasaba a la común de los criollos. Decidido, temerario, reacciona prontamente ante las situaciones difíciles y pone al frente su temeridad. Tiene tendencia a la verbosidad en la conversación; asimila rápidamente las lecciones que le ofrece la vida, sobre todo aquellas que le ayudan a sobrevivir en las campañas.”
Luego de las campañas de Venezuela, pasó al Perú y estuvo en Junín, Ayacucho y en el sitio del Callao. En 1827 vino a Quito, donde sirvió como edecán del general Flores designado jefe del Distrito del Sur y luego primer presidente del Ecuador. Acompañó a su jefe en la batalla de Tarqui en 1829 y quedó inscrito en el Ejército ecuatoriano desde 1830. Como coronel dirigió los operativos de represión y exterminio de los batallones Vargas y Flores; también participó en las acciones contra los “chihuahuas” y luego en la batalla de Miñarica. Para entonces era ya un personaje polémico. La oposición lo consideraba el “carnicero de Flores”, pero nadie negaba su gran valor como militar. Sus biógrafos lo llamaron “el centauro de ébano”.
Pero, más que las acciones de guerra, un incidente que se puede llamar “social” fue causa del mayor desprestigio de Otamendi entre los sectores dirigentes de su época. En 1836, luego de recibir una grave ofensa, irrumpió en un baile en casa del gobernador de Chimborazo, Nicolás Vásconez, y en medio de incidente varias personas murieron o quedaron heridas. Fue enjuiciado pero no sentenciado y tuvo que exilarse. La protección de Juan José Flores lo salvó entonces, pero justamente por su lealtad al caudillo terminó asesinado en 1846.