Camus, premio Nobel de Literatura, escribió en 1939 un artículo sobre el papel del periodista, que fue entonces censurado. Descubierto años después, fue difundido en París. Contiene ideas que, según su autor, pueden servir de adecuada guía para el libre ejercicio del periodismo, sobre todo en épocas de peligro para la libertad de información y opinión.
“Una prensa libre puede ser buena o mala, pero sin libertad, nunca será otra cosa que mala” -dice Camus- y concluye que para proteger éticamente su conducta en épocas de persecución, un periodista debe recordar que las tiranías no se construyen sobre las virtudes de los déspotas sino sobre las cobardías de los demócratas. Por eso, debe fortalecer su conciencia mediante la práctica de la lucidez, el rechazo, la ironía y la obstinación.
La lucidez debe llevarle a reconocer que toda libertad, inclusive la de opinar e informar, tiene sus límites, pero que estos -para ser legítimos- deben ser libremente reconocidos como tales, lo que significa que no cabe la imposición autoritaria de límites que la conciencia ética de una sociedad no acepte, sin necesidad de leyes o reglamentos.
El rechazo es la capacidad de no sucumbir ante el poder triunfante. Cabe recordar la réplica heroica de Unamuno: “Venceréis pero no convenceréis”. Todas las presiones del mundo no deben lograr que un espíritu honesto acepte proceder deshonestamente. Si bien, en ciertas circunstancias no es sabio decir todo lo que se piensa, siempre será condenable decir lo que no se piensa o lo que se considera falso. El periodismo es libre tanto por lo que publica como por lo que no publica.
Camus considera que la ironía es uno de los recursos más poderosos y eficaces contra el autoritarismo. En efecto, sabemos que nada irrita más al prepotente que la burla sutil y aguda que pone de relieve las motivaciones mezquinas de los actos del tirano o ridiculiza sus equivocaciones. En este sentido, la caricatura aumenta su eficacia al ritmo en que crece la rabia del déspota caricaturizado.
Finalmente, la obstinación. Hay que saber identificar y oponerse a las tentaciones y a los señuelos que usa el poder para domesticar. Hay que condenar la mentira, pero sobre todo, hay que decir la verdad. Si en un régimen de opresión lo primero puede ser difícil, lo segundo lo será aún más. Sin embargo, el periodista no habrá de doblegarse ante el peligro ni sucumbir a las seducciones que ponga en juego el poder.
Difícil y arduo es el trabajo del periodista, que debe ser ejemplo válido del ejercicio valiente y responsable de las libertades. La claridad de su juicio debe llevarle a dejar al descubierto los abismos de error y mentira que pregona quien sostiene que “hay que matar a unos cuantos para llegar a un mundo en el que no se mate a nadie”.