Son las 17:00 del pasado lunes; de una en una llegan cerca de 10 niñas a la academia Hulk Sports, en Carcelén, norte de Quito.
Todas lucen impecables, perfectamente uniformadas; usan los colores azules, negro o blanco.
Ese atuendo es fundamental para la práctica de jiu-jitsu, un arte marcial y sistema de defensa personal desarrollado en Brasil y que, según instructores locales, cuenta con gran acogida en la ciudad y en el mundo. De acuerdo con el portal especializado healthychildren.org, alrededor de 6 millones de niños en Estados Unidos participan en artes marciales.
De esa prenda se sostiene al rival para ejecutar una serie de movimientos. Llevarlo puesto en cada clase es parte de ser disciplinado.
Y ese, precisamente, es uno de los valores que aprenden las niñas al sumarse a este grupo.
Luego, el ‘profe’ les habla de la constancia, respeto, honor y lealtad. Más que los movimientos y técnica, a los tutores les interesa formar a buenos seres humanos.
Esas personas, aun contando con herramientas de defensa, prefieren dialogar; son fans de la paz. Por eso, Fernando ‘Hulk’ Cárdenas, profesor, descarta por completo que la práctica de las artes marciales incentive la violencia entre los más pequeños de la casa.
Lo que sí produce, afirma, son niñas y niños más seguros y competitivos, y eso es importante, por ejemplo, para evitar que sean víctimas bullying. Así es como su hija dejó de sufrir acoso escolar.
Britany empezó a destacarse en la práctica del jiu–jitsu, y pronto se convirtió en una de las estudiantes más respetadas. Ella jamás recurrió a la violencia. “Su madre iba a la escuela para defenderla cuando tenía 5 años, hoy tiene 12. Ahora es respetada por sus logros deportivos”, afirma Cárdenas.
Las pequeñas que practican artes marciales incluso velan por la seguridad de sus compañeros; están pendientes de los más ‘peques’.
De eso es testigo Paúl Sánchez, padre de Caetana, de 6 años. Ella es una de las más pequeñas del grupo; acude a la academia casi todos los días. “Son niños sociables, con buenos valores”, dice.
Sus progenitores la anotaron en la clase para que aprendiera a defenderse; ahora se sienten más tranquilos, sobre todo, por el conjunto de valores que adquiere en cada encuentro. Ella es muy respetuosa y exige lo mismo.
“Ellos aprenden destrezas, producto de la constancia y disciplina, para utilizarlas cuando se encuentren en situaciones de riesgo. Saben bien que no es un juego”, sostiene el entrenador.
Con eso se refiere a que las niñas no pueden aplicar lo aprendido en las clases durante un recreo, por citar un ejemplo.
Clases lúdicas
Los profesores trabajan con sus pupilos con miras a convertirlos en deportistas de élite, pero al inicio, con los más pequeños, recurren a dinámicas. Buscan captar su atención por todos los medios.
Y es que a los encuentros llegan niñas con apenas 4 años. Muchos de ellas son monitoreadas por los padres de familia, que las esperan hasta que finalice la práctica, que dura, por lo general, una hora.
La idea es que con jueguitos se enamoren de la disciplina. Empiezan con trotecitos, después vienen los trampolines, para adelante, para atrás. Luego, posturas básicas; en esa lista están la guardia completa, media guardia y más. También aprenden a formarse y a saludar a su maestro o maestra.
Otros beneficios
Las artes marciales –karate, kickboxing, jiu–jitsu– también fomentan la concentración. Con la práctica constante mejoran el equilibrio y coordinación y se vuelven más ágiles, afirma el deportólogo Enrique Chávez, un defensor de la actividad física en los niños.
De acuerdo con este especialista, esas actividades, que en un inicio son recreativas, vuelven más sociables a los pequeños y, sobre todo, los aleja de los aparatos electrónicos, que fomentan el sedentarismo. Para evitar lesiones sugiere buscar entrenadores certificados.
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