En el año 1959, Roberto Rossellini está dejando atrás al Roberto Rossellini del neorrealismo. Lleva más de diez películas a sus espaldas y, con sus ideas enciclopédicas, está a punto de pasarse a la televisión. Entonces dirige “Il generale Della Rovere” (1959), una película que hizo que mi amiga-profesora Lou diga que Rossellini es “el mejor Hollywood, el mejor cine francés y el mejor neorrealismo italiano”. En la primera mitad conocemos a Grimaldi –interpretado por Vittorio De Sica–, un embaucador hábil con las palabras, que con sus múltiples máscaras saca dinero a personas buenas para gastarlo en juegos de azar. En la segunda mitad, en cambio, tras ser descubierto, lo vemos en la cárcel, esta vez haciéndose pasar por un general italiano para espiar al servicio de los alemanes. Esa chispeante palabrería de Grimaldi no puede esconder su tristeza. Ciertamente, la película es más Cinecittà y menos las calles de Roma en guerra, pero el neorrealismo de Rossellini consigue abrirse paso. Por ejemplo, cuando aquel hombre común, en la cárcel, a punto de ser fusilado, suplica al “general” que pida perdón en su nombre a su esposa: él la había abandonado hace tiempo, pero necesita decirle que se equivocó, que por favor visite el pueblo con sus hijos y que venda algunas cosas empeñadas para que pueda tener algo de dinero. Son esos personajes secundarios, anónimos, sin pretensión de espectáculo, los que permean la pantalla con momentos de realidad. Y son esos personajes los que, al final, también en el arco dramático del protagonista, le impulsan a quitarse las máscaras para mirar con sus propios ojos.