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La esquizofrenia política se instaló en los predios del oficialismo. Es el corolario inevitable de un proyecto que siempre se ha movido en la más resbalosa ambigüedad. La habilidad del correísmo radica en su capacidad para juntar discursos disímiles y contradictorios alrededor de una agenda pragmática. Pero en los últimos tiempos esta estrategia comienza a hacer aguas.
El Gobierno archivó en forma definitiva el sumak kawsay. Al menos desde el discurso y la publicidad. Atrás quedan los principios constitucionales y los postulados del Plan Nacional del Buen Vivir, que consagran ideales como la construcción de un nuevo paradigma de vida y de sociedad, la prolongación indefinida de las culturas humanas o la superación del modelo consumista. Desde el momento en que se aprobó la extracción de petróleo del Yasuní, los mensajes oficiales han dado un vuelco radical hacia propuestas completamente convencionales y anacrónicas. El proyecto de cambio ha quedado reducido a una simple evocación poética.
Que un proyecto político que se autocalifica de revolucionario se blinde por temor al pueblo es un mal síntoma. El pasado martes 27 de agosto la imagen de la Plaza Grande no difería de los típicos y reiterados episodios de la historia nacional. El déjà vu de la conflictividad social: filas de policías bien apertrechados impedían por la fuerza que una marcha de jóvenes accediera a uno de los espacios públicos por excelencia: el Palacio de Gobierno. Es decir, al sitio desde donde se ejecutan las políticas que nos afectan a todos como comunidad.
Aun a riesgo de que me crucifiquen los miembros de la Real Academia de la Lengua Española, voy a emplear un término inexistente en nuestro idioma. Se trata de una conjunción arbitraria de dos palabras: una de origen griego y otra de origen latino. Tomando en cuenta que ambas lenguas constituyen los principales fundamentos de lo que hoy hablamos por estas tierras, espero al menos la indulgencia de mis eventuales críticos.
No sé si el país ha salido de la larga noche neoliberal, tal como se pregona desde las alturas oficiales. Persisten sobradas razones para pensar lo contrario. De lo que no cabe la menor duda es que, hasta ahora, no hemos logrado salir de la larga noche de la partidocracia. El alboroto provocado a propósito de la reelección indefinida es la evidencia más palmaria del estancamiento de la política nacional, de su entrampamiento en el pasado.
La participación ciudadana está sometida a una asfixia progresiva. El Decreto Ejecutivo 16, de reciente aprobación, es la constatación palmaria de que al Régimen le incomoda profundamente la iniciativa social autónoma. De las épocas en que altos funcionarios del gobierno y cuadros de Alianza País cifraban en la acción ciudadana la mejor defensa de la democracia, no quedan ni vestigios. Signo evidente de que las formalidades del poder enturbian el entendimiento y nublan la visión.
Cómo entender lo público es una necesidad inaplazable para la sociedad ecuatoriana; al mismo tiempo, es una asignatura reprobada por el correísmo. Al parecer, a nadie en las esferas oficiales le interesa volver la mirada sobre un debate que lleva miles de años. Literalmente.
'E l Gobierno actual no ha cambiado la composición del gasto público en agricultura ni sus beneficiarios con relación a la época abiertamente neoliberal". La afirmación corresponde a un artículo de Diego Carrión Sánchez, publicado en el último número de la Revista Economía, de la Universidad Central del Ecuador. Además de la continuidad neoliberal en la política agropecuaria, esta tendencia se encarnaría, según este autor, en otras políticas emblemáticas del Régimen, como la extensa red vial articulada a un modelo productivo basado en la extracción primaria, o la reforma a la Ley de Minería que se pretende pasar de agache en la Asamblea Nacional.
Fisiocracia significa gobierno de la naturaleza. Como doctrina económica fue desarrollada en el siglo XVIII, en la Francia prerevolucionaria, y tuvo gran influencia en las escuelas económicas posteriores.
Las luchas sociales contra la suscripción de un Tratado de Libre Comercio (TLC) con Estados Unidos marcaron gran parte de la conflictividad política durante la pasada década. Las movilizaciones populares fueron de tal intensidad que lograron torcerles la mano a los gobiernos de Gutiérrez y Palacio. No hay que olvidar, tampoco, que el proyecto electoral que llevó al poder a Correa se apoyó en los sectores y organizaciones que protagonizaron esas luchas.
Cornelius Castoriadis es uno de los principales pensadores europeos contemporáneos. Gran parte de su obra está dedicada a reflexionar sobre la crisis del sistema capitalista y el desmoronamiento de las sociedades occidentales. Sobre todo, le preocupa el vacío espiritual de la época, y la consecuente ausencia de valores. En un mundo donde el discurso liberal únicamente afirma como valor al dinero, Castoriadis sostiene que nada explica -excepto la amenaza del Código Penal- por qué un juez no debería vender su juicio al mejor postor, o por qué debería permanecer íntegro cuando puede decidir en asuntos que implican millones de dólares.
No debería causar sorpresa la postura del Gobierno ecuatoriano frente a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos.
David H. Murdock tiene las típicas extravagancias de los multimillonarios. Ha invertido la friolera de mil millones de dólares para que un centro de investigación descubra la fórmula que le permita llegar hasta los 125 años de edad. Al parecer, 88 años de existencia no son suficientes.
Mother Jones es una conocida revista de Estados Unidos que, desde hace décadas, realiza investigaciones sobre temas polémicos. Se define como una organización independiente especializada en temas políticos y sociales. Hace lo que en ese país se conoce –y se practica– como periodismo alternativo.
Cada día es más difícil disimular ciertos hechos de la actividad política. Existe demasiada información circulando, demasiados ojos escrutando, demasiada curiosidad pública y mediática. El arte del disimulo, tan propio al ejercicio tradicional de la política, exige cada vez más sutileza, sagacidad y destreza. De lo contrario, se corre el riesgo de meter más de un elefante en la cristalería.
La figura del Vicepresidente de la República se ha convertido no solo en una imperiosa necesidad electoral para el oficialismo; es, sobre todo, la piedra angular que sostiene al fracturado movimiento Alianza País. Es la tenue argamasa que posterga el cisma. Solo así puede entenderse la desesperación con que varios altos dirigentes del correísmo le han suplicado que reconsidere su decisión de no correr por una nueva reelección. El vacío que provocó su anuncio no hizo más que alborotar el avispero. No se requiere de mayor agudeza para percatarse de que ya se desataron las guerras intestinas y se desbocaron las apetencias personales.
El tema del aborto ha estado plagado de enorme polémica. Y de no poca hipocresía. En los años 60 y 70, las mujeres adineradas de Francia y España viajaban a Suiza, Holanda e Inglaterra a practicarse abortos legales, porque no lo podían hacer en sus respectivos países. Mientras tanto, sus homólogas pobres estaban obligadas a recurrir a las ofertas clandestinas. Algo parecido a lo que, según señaló recientemente una asambleísta del oficialismo, ocurre en nuestro país entre quienes van a Miami y quienes están obligadas a recurrir a medios denigrantes.
Nuestro sistema de salud continúa atrapado por el uso irracional de medicamentos. Así lo confirma una reciente investigación realizada por EL COMERCIO. Los 10 medicamentos más vendidos en el Ecuador no corresponden al perfil epidemiológico del país; es decir, no sirven para tratar las principales enfermedades de las que adolecemos los ecuatorianos. A su vez, se trata de medicamentos comerciales o “de marca”, lo cual implica que tienen un mayor costo para el bolsillo de los usuarios y para las arcas públicas que financian la gratuidad de los servicios de salud. Finalmente, todos son producidos por transnacionales farmacéuticas, con lo cual se confirma la condición de marginalidad que mantiene nuestra industria en este terreno.
Los efectos de la marcha indígena de marzo están provocando una interesante y necesaria decantación política en el país. El fortalecimiento de la izquierda –con actores bien definidos, aunque con posiciones aún imprecisas– está trazando un escenario donde las diferencias políticas recuperan los fundamentos ideológicos que se diluyeron en estos cinco años de eclecticismo correísta (tal como lo ratificó el ex vicecanciller Lucas en una reciente entrevista).
La marcha indígena evidenció el distanciamiento cada vez mayor entre mundo urbano y mundo rural. Más allá de la solidaridad expresada en cada pequeña ciudad por donde pasaron los marchantes, así como de la adhesión del pueblo de Quito el 22 de marzo, ya no se percibe el mismo entusiasmo citadino de los levantamientos de los años 90. Es como si el imaginario democratizador que se auguró por la irrupción política de los indígenas, estuviera hoy desconectado de los nuevos imaginarios urbanos.