Aun a riesgo de que me crucifiquen los miembros de la Real Academia de la Lengua Española, voy a emplear un término inexistente en nuestro idioma. Se trata de una conjunción arbitraria de dos palabras: una de origen griego y otra de origen latino. Tomando en cuenta que ambas lenguas constituyen los principales fundamentos de lo que hoy hablamos por estas tierras, espero al menos la indulgencia de mis eventuales críticos.
Fisio es la traducción española de la palabra griega naturaleza, que a su vez tiene estrecha similitud con la palabra griega física. Para los griegos, la naturaleza equivalía al mundo físico, y se refería a todo aquello que no había experimentado la intervención humana. Algo así como la diferencia entre el verde-selva y el verde-flex. Se trataba tanto de la materia viva como de la materia aparentemente inerte (y digo aparentemente porque a la luz de las nuevas teorías basadas en la física cuántica, parecería que la estructura infinitesimal de la materia está más cerca de una forma vital del espíritu que de la rigurosidad tangible que comúnmente le asignamos).
Cidio es la traducción española del complemento latino cidium, que significa acción de matar. El vocablo cid es una apofonía de la raíz del verbo caedere, cuyo significado es matar y, ¡oh coincidencia!, también cortar. Por eso usamos tan frecuentemente la alocución “cortar de raíz” para expresar la idea de eliminar en forma definitiva y contundente algo que consideramos dañino, nocivo o perjudicial.
En síntesis, fisiocidio no sería otra cosa que la acción de matar o cortar a la naturaleza.
En términos conceptuales, matar a la naturaleza es significativamente más grave que destruirla, porque implica un estado definitivo e irreversible. Un hombre al que su novia deja plantado en el altar por irse con su amante (o a la inversa, para que tampoco me crucifiquen las feministas) puede sentir su vida destruida, lo cual no se equipara con el acto de asesinarla para vengar la afrenta. El primer hecho no constituye, en la actualidad, ningún delito, además de que se trata de una situación reparable; cada vez más fácilmente reparable, hay que admitirlo. La propia jurisprudencia establece una diferenciación tajante entre la acción de destruir y la acción de matar.
El fisiocidio constituiría, por otra parte, la antonimia del término yasunizar. Al calor de la lucha por la defensa del Yasuní, el uso de este verbo, y de todas sus derivaciones, se extiende y generaliza como expresión de la sacralización de la naturaleza y la vida. Es, a no dudarlo, un aporte semántico innovador que nace de una experiencia única. Algo de lo que los ecuatorianos realmente debemos sentirnos orgullosos. No estaría por demás que lo incorporen oficialmente a nuestra lengua .