Cada día es más difícil disimular ciertos hechos de la actividad política. Existe demasiada información circulando, demasiados ojos escrutando, demasiada curiosidad pública y mediática. El arte del disimulo, tan propio al ejercicio tradicional de la política, exige cada vez más sutileza, sagacidad y destreza. De lo contrario, se corre el riesgo de meter más de un elefante en la cristalería.
Es imposible dejar de relacionar la reciente visita del presidente de Bielorrusia, Aleksander Lukashenko, con la detención de Aliaksander Barankov y con su frustrado proceso de extradición. Los tiempos y las circunstancias son tan coincidentes que cualquier desmentido parecería una fábula. Existen sobrados indicios. ¿Cómo así de la noche a la mañana recibimos la visita del mandatario de un país del cual la mayoría de ecuatorianos no tiene las más mínima referencia histórica, cultural y ni siquiera geográfica? En nuestra errática política internacional, caben acuerdos instrumentales matizados de una incomprensible postura ideológica. Hoy toca preguntarse ¿en qué quedarán los acuerdos suscritos con Bielorrusia luego de que el Ecuador se vio obligado a liberar a la prenda?
En esta misma tónica, tampoco puede dejarse de sospechar que la descalificación de los partidos emprendida por el Gobierno, a propósito del escándalo de las firmas en el CNE, tiene como destinatario central a las fuerzas de izquierda. Los indicios asoman sin mayor esfuerzo. El discurso del Presidente ha sido particularmente agresivo contra los partidos y dirigentes que integran la Coordinadora Plurinacional. Correa no logra disimular su estrategia, a tal extremo que la institucionalidad electoral y la Constitución pueden llegar a ser arrasadas por la necesidad política inmediata del Gobierno.
La ecuación, en este caso, es bastante elemental: el oficialismo requiere de los votos de la izquierda para evitar una derrota electoral. No hay que olvidar que fue sobre la base de esos sectores que Correa hábilmente se encaramó para llegar al poder. Tampoco hay que olvidar que el distanciamiento con la izquierda le pasó una onerosa factura en la consulta del 2011.
Frente a una opción política que no solo le erosiona sus bases electorales, sino que puede convertirse en su principal adversario en los próximos comicios, bien vale caotizar el proceso para sacarla de escena. Para ello no importa descargar la responsabilidad sobre un CNE que, a estas alturas, puede volverse disfuncional para el propio oficialismo que lo constituyó a su imagen y semejanza. La clave radica en captar, por ausencia forzada de adversarios, ese significativo caudal de votos de sectores críticos, decepcionados o descontentos con el correísmo.