Camilo Tobar nació el 4 de enero de 1961, en Quito. Él es alto, tiene tez trigueña y cabello rizado. Se graduó en el Colegio Aeronáutico. Su sueño era ser técnico de aviación. Trabajaba como chofer de una panadería, en el sector de Cumbayá. En esa zona fue visto por última vez. Él tiene dos hijas y cinco hermanos. Cuando desapareció, tenía 51 años de edad. Su familia lo recuerda como una persona alegre y bromista.
A continuación el testimonio de su hermana Pilar Tobar:
“Camilo tenía 51 años cuando desapareció. La última vez que lo vimos fue el 17 de abril del 2012, a las 06:00. A esa hora se despidió de mi madre (Clelia Abril) y salió a trabajar. Él laboraba como distribuidor de una panadería en Cumbayá.
En el día no hablamos con él y en la noche no llegó a dormir a la casa.
Creímos que se había quedado en casa de su pareja, pero al día siguiente supe que algo malo había ocurrido.
Recibí la llamada de un hombre que me dijo que necesitaba hablar con mi hermano por un puesto de trabajo en un Ministerio, pero que no había podido contactarse con él. Lo llamé de inmediato a sus dos teléfonos, pero tampoco contestó.
Lo primero que hice fue ir a buscarlo en la panadería. Sus compañeros me dijeron que lo vieron por última vez a las 13:00 de ese 17 de abril, cuando fue al local a entregar las facturas y el dinero que había ganado ese día.
Uno de ellos me indicó que lo había visto mientras iba rumbo al Chaquiñán, por donde van los ciclistas.
Me angustié muchísimo, no sabía qué hacer. Lo único que se me ocurrió fue entrar a su página de Facebook. Escribí a sus amigos y les pregunté si lo habían visto, pero todos dijeron que no. Otro de mis hermanos fue a la Policía Judicial y presentó una denuncia por desaparición.
En la tarde, con mis familiares, hicimos una primera búsqueda en las quebradas de Cumbayá y recorrimos el Chaquiñán, pero no hubo rastro.
Así seguimos y al siguiente día intensificamos las búsquedas. Con mis cuatro sobrinos, sus amigos, mis dos hermanos y mi hijo nos dividimos en grupos de dos o tres personas para rastrear a Camilo. Unos acudimos a los hospitales de Quito y de los valles. Allí preguntamos si había ingresado algún paciente con el nombre y las características físicas de mi hermano. Los demás hicieron lo mismo en la morgue y en los albergues. Eso lo hicimos todos los días durante tres semanas.
Hemos tratado de localizarlo todos estos nueve años. Con mis familiares imprimimos miles de afiches con el rostro de Camilo y nuestros números de contacto. Cada semana pegábamos los carteles en plazas, tiendas, iglesias, paradas de buses, terminales terrestres, supermercados y postes de Cumbayá, Tumbaco y Quito. Nos subíamos a los buses a entregar afiches a los pasajeros.
Cada vez que vemos que retiran los carteles o se dañan por la lluvia volvemos a colocarlos. Cuando voy a la Fiscalía con mi madre a preguntar sobre los avances en la investigación también aprovechamos para pegar los afiches en los postes.
Con mi familia y amigos hemos viajado a casi todas las provincias. Hemos difundido la foto de mi hermano. Solo nos falta ir a Zamora y a Galápagos. Hemos viajado en buses interprovinciales y en autos particulares. Por ejemplo, mi madre ha recorrido Guayas, Manabí, Sucumbíos, Napo, Orellana, Loja y Tungurahua.
La lucha que hemos enfrentado estos años ha sido dura, pero no podemos darnos por vencidos hasta encontrarlo. Por el caso de mi hermano han pasado 10 fiscales y 15 policías investigadores. No han rastreado la ubicación de sus dos teléfonos. Los celulares estuvieron activos dos semanas, hasta que fueron bloqueados.
En dos ocasiones intentaron cerrar el caso. La primera vez ocurrió a los seis meses de la desaparición. El fiscal me dijo que ya habían seguido todo el protocolo de búsqueda y que al no encontrarlo iban a terminar la investigación. Al saber eso, envié un oficio a la Fiscalía y pedí cambio de funcionario. En el 2015 intentaron cerrarlo nuevamente. Esa vez me reuní con el Fiscal General de ese entonces, y le solicité que no archivaran el caso. Él aceptó mi solicitud.
Tras la desaparición de Camilo decidimos no solo buscarlo sino también ayudar y apoyar a otras familias que pasan por la misma situación.
De hecho, mi madre fue una de las diez fundadoras de Asfadec (asociación de familiares de desaparecidos).
En el 2012, mi mami se acercó a los plantones que Walter Garzón, Luis Sigcho y Telmo Pacheco realizaban cada miércoles en la Plaza Grande y decidió unirse a la lucha. Ese mismo año también ingresé a la asociación.
Desde entonces empezamos a dar entrevistas en medios de comunicación para difundir los diferentes casos, organizamos plantones y marchas. Cada vez se unían más personas que buscaban a sus familiares y que piden respuestas al Estado.
Aún tengo la esperanza de que me llegue el mensaje o la llamada de alguna persona que sepa dónde está mi hermano. Recuerdo que cada 4 de enero nos reunimos toda la familia. Encendemos las velas de un pastel, colocamos una foto de Camilo y le cantamos la canción de cumpleaños. Cuando él estaba con nosotros siempre le organizábamos una fiesta. Los momentos que vivimos los guardo en mi memoria y el amor que siento hacia él me motiva a seguir luchando y no descansaré hasta encontrarlo”.