Los priostes, claves en los vía crucis de las parroquias rurales de Quito

En Lloa, la comunidad se alista para representar el Vía Crucis y transmitirlo por Internet. Foto: Patricio Terán / EL COMERCIO

Con un largo fuete de lana solían azotar su espalda. René Paredes, de 52 años, hacía el papel de Jesús en el vía crucis de Lloa y se metía tanto en el personaje que antes de cargar la cruz de 60 libras, acostumbraba a gritar un “Padre, no me abandones”.
Cada Viernes Santo, los habitantes de esta parroquia rural de Quito representaban las ‘estaciones de la cruz’ con el fin de redimirse de sus pecados, pagar promesas a Dios o pedir milagros. Estas penitencias, antes de la pandemia, se calcaban en buena parte de la ruralidad y los preparativos eran con meses de antelación.
Los vía crucis de las parroquias vienen cargados de imágenes fuertes, de personajes que no son necesariamente los mismos que se ven en las procesiones de la ciudad.
Es que lo visual vale más que las palabras, dice Patricio Guerra, cronista de la Ciudad. Desde siempre, estas representaciones fueron un catecismo visual, sobre todo para los niños. Cada detalle de ‘la vía dolorosa’, escenografía y vestuario, era cuidada minuciosamente, aclara Vicente Vela, presidente de los Santos Varones de Lloa.
Tras dos horas de procesión, con los pies desnudos y la corona de espinos de rosas en su cabeza, Paredes, taxista de profesión, llegaba exhausto a la última estación levantada en el bosque El Alisal, para ser crucificado. Sin contar el 2020 y 2021, suma 26 años repitiendo aquel ritual. “Me motiva la fe”, dice convencido.
Esta tradición en Lloa tiene 56 años y fue idea del padre José Carollo, rememora Vela.
En aquel tiempo se lo hizo con tres moradores de la parroquia, que se turnaron para cargar la cruz por las tres calles que había. En la actualidad, el vía crucis tiene hasta priostes, como en las fiestas patronales.
Esa es otra de las razones para que esta tradición, según el Cronista de la Ciudad, no desaparezca en la ruralidad, pues el tema del prestigio social pesa en el momento de aceptar el cargo de mayordomo o capitán de esas procesiones.
En Calacalí todos querían tener ese honor. La Congregación de los Santos Varones de esa parroquia rural solía enviar las invitaciones a los presidentes de los ocho barrios para que participen en el vía crucis.
Nadie se negaba y, más bien, lo aceptaban con emoción. Tanta que, cuenta Fausto Muela, líder de los santos varones, hasta participaban con las imágenes de los patronos de los barrios, que no tienen que ver con la Pasión de Cristo. La procesión duraba de 21:00 a 01:00.
Esta celebración data de algo más de 100 años y era la más esperada en Calacalí, pues la costumbre dictaba que en esa temporada sus migrantes retornaran al pueblo para pasar en familia la Semana Santa, época vinculada a la cosecha de los granos tiernos.
Aquello permitió que este rito dure hasta hoy, apunta Carlos Freile, historiador. Agrega que “la religión es un punto fundamental para mantener la identidad de los pueblos”, siempre atada con la tierra, ciclos agrícolas y tradiciones que se pasan de padres a hijos.
En Puéllaro, parroquia rural del norte, había la misma lógica. La dramatización era tan real que, en cada estación, la gente lloraba y hasta defendía a ‘Jesús’ ante tanto látigo que recibía, asegura el padre Javier Garcés, párroco del lugar.
Unos 50 personajes iban en procesión, entre Jesús, María, Pilatos, funcionarios romanos y judíos, soldados, sumos sacerdotes, pueblo… El arreglo de los altares estaba a cargo de los moradores de cada cuadra.
Las ‘estaciones de la cruz’ también se destacaban en La Merced, parroquia de Los Chillos, y arrancaban en los patios de la capilla de San Francisco, donde se hacía una representación de los últimos días de Jesús. Desde ese lugar, los creyentes caminaban por calle Ilaló para llegar a la iglesia.
Los músicos, con tambores y pingullos, encabezaban la comitiva; luego iban los turbantes que llevaban unos conos de ocho metros de alto y cintas de colores que representan sus pecados, cuenta Stalyn Morales, prioste del 2017.
Después estaban los personajes en torno a Jesús y, entre la multitud, los diablos que con sus terroríficas máscaras se mofaban de la procesión. Con el tiempo, se perdieron esas demostraciones histriónicas.
Lo hicieron porque, según agrega Freile, hubo “campañas de secularización”, de eliminar los símbolos religiosos católicos. En la época de Eloy Alfaro se prohibieron las manifestaciones de culto externas y los vía crucis que se hacían en los barrios de la ciudad se perdieron.
Quedan aún los de la ruralidad, pero el covid-19 afectó su secuencia anual y eso, apunta Freile, es grave para cualquier tradición. Por eso, en esas zonas, se niegan a dejar morir los vía crucis vivientes.
Aseguran que a pesar de no salir a las calles este año, se preparan para retomar las procesiones con más fuerza y mantener vivo este patrimonio inmaterial.
En Lloa, sus santos varones se conectarán por Internet para revivir las ‘estaciones de la cruz’ del Viernes Santo.
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