Hacia la tarde del viernes una noticia sorprendía al mundo. Turquía atacaba con bombardeos a las guerrillas fanáticas del Estado Islámico.
Turquía entra en guerra en una alianza militar con EE.UU. cuyos detalles y acuerdos todavía permanecen en secreto, pero, según expertos consultados por varios medios internacionales, tendrá un paquete de concesiones por parte de la potencia norteamericana.
El Estado Islámico desató una guerra de ocupación en Iraq y Siria. A Siria le tomó en medio de una atroz guerra civil con miles de muertos, donde el componente religioso juega su parte, tanto como la geopolítica mundial. Todo empezó luego de la Primavera Árabe.
El Estado Islámico anunció la idea anacrónica de crear un nuevo califato y sus métodos terroristas cobraron la atención de la opinión pública con la decapitación de ciudadanos occidentales cuyas ejecuciones grabadas con singular crueldad se diseminaban por YouTube. Causar pánico, ese es uno de los primeros objetivos de los terroristas y vaya que lo consiguieron asistidos de las autopistas de la información, la Internet y las redes sociales.
A Turquía la decisión le habrá costado muchas jornadas de desvelo y cavilaciones. Ese país no solo afronta las luchas internas del Partido Kurdo de los Trabajadores y el Frente de Liberación Popular, ahora habrá de asumir los embates de la violencia del Estado Islámico.
Turquía es parte de la Organización del Tratado del Atlántico Norte, OTAN, que, creada en tiempos de la Guerra Fría, tiene objetivos geoestratégicos distintos pero donde, a no dudarlo, Estados Unidos juega un papel crucial.
Turquía es émbolo de dos culturas y además ha representado históricamente el tamiz por donde no solamente tocan Occidente y Oriente en lo religioso, sino que su ambivalencia juega un rol fundamental en lo cultural, económico, político en la estabilidad de la región, fiel a sus vertientes tejidas hondamente en las profundas raíces de la historia universal.
La posición turca marcará un antes y un después para detener el avance del Estado Islámico.