El mundo irá con las manos vacías a Copenhague
Olga Imbaquingo, corresponsal en Nueva York
La cita mundial de Copenhague, Dinamarca, en diciembre, está a la vuelta de la esquina y la sensación generalizada es que el mundo llegará con las manos vacías. La frustración es con Estados Unidos. Eso fue evidente durante la última reunión mundial del clima en Barcelona, España, la semana pasada.
“Hay claras evidencias de que el cambio climático está afectando a la salud y a la economía, mientras las encuestas de opinión muestran que los estadounidenses siguen engañados por políticos y grupos de poder conservadores que ignoran y hacen un uso equivocado de las pruebas científicas”, dice el analista Peter Gleick, del Pacific Institute.
Mientras que para Mike Lux, presidente de Estrategias Progresistas, “si Obama fracasa en hacer algo contra el cambio climático, probablemente no lograremos hacer nada hasta que sea demasiado tarde”. No se esperaban ofertas concretas del presidente de EE.UU., Barack Obama, en su debut ante la Organización de las Naciones Unidas.
Para él y los otros líderes, el cambio climático, pese a que está contrarreloj, se enfrenta a la realidad de una sociedad dependiente de energía y tecnología.
Vaya haciendo cuentas. ¿Cuántos televisores, computadoras, teléfonos celulares, iPods, nintendos, autos, aparte de las bombillas de luz, la refrigeradora, lavadora, licuadora, tostadora y más ‘doras’ tiene en casa? Una vez hecha la suma pregúntese: ¿De cuáles estaría dispuesto a deshacerse para ayudar a reducir la presión sobre el consumo de energías y materiales que destruyen al planeta?
Ese es el gran dilema del mundo desarrollado. Lo graficó el presidente de Bolivia, Evo Morales, en el complejo de la ONU, “el cambio climático no es un problema esencialmente ambiental, tecnológico ni de financiamiento. Es de formas de vida y si no entendemos esos estilos de vida, nunca vamos a resolverlo”.
La Agencia de Energía de EE.UU. le acaba de poner una cifra al número de artefactos que dependen de electricidad para funcionar. En 1980 no eran más de tres que tenía cada hogar estadounidense, hoy son 25. Preguntados al azar algunos neoyorquinos de cuál equipo se desprenderían para reducir el consumo de energía: “no de mi celular, ni de mi iPod, ni de mi computadora”, fue la respuesta más frecuente. “Tal vez encendería las luces más tarde y vería menos TV”.
En Quito, el promedio de aparatos electrónicos en un hogar de clase media va entre 10 y 13. Lavadoras, computadoras y juegos para niños están entre los que no existían hace menos de 10 años entre muchas familias.
Según la Agencia Internacional de Energía, los electrodomésticos representan el 15% de la demanda de energía y el futuro es para asustarse: en los próximos 20 años este porcentaje se triplicará, haciendo más cuesta arriba la lucha en contra de las emisiones. Si se toma en cuenta que solo en EE.UU. cada día ruedan unos 150 millones de carros y que el progreso tecnológico depende del abastecimiento de petróleo, la oferta de reducir el consumo y las emisiones de gases solo se queda en el discurso.
Nuevas reglas para los fabricantes de estos aparatos, como ya se hizo con las refrigeradoras en 1990, es la propuesta desde los ambientalistas en EE.UU. Pero eso significa, según la industria, aumentar los costos y poner en peligro la innovación.
Con estos intereses tienen que lidiar presidentes como Obama, quien tiene en la mira 26 normativas que regulen y reduzcan el consumo en los microondas, secadoras, entre otros, pero eso será un proceso que tomará años.