“Mi mamá no tiene novio”

Cuando tenía diez años, y de visita en la casa de mi tío, me divertía al ver a mi prima mayor prepararse mientras esperaba a su novio: toda contenta se peinaba, se perfumaba y se pintaba los labios, se vestía muy guapa y corría de un lado para otro de la casa arreglando todo con detalle para que “mi amor” no encontrara desorden alguno.

Marta Inés Bernal Trujillo y Jaime Lopera, consultores en desarrollo organizacional, son losEntonces llegaba el novio oliendo a loción, y cuando se miraban… ¡Ufff!, parecía que flotaran en el aire, se abrazaban con ternura y ella le servía algo de tomar junto con las galletas que le había preparado durante la tarde. Además, él gozaba con todo lo que ella le había cocinado con esmero para cenar.

Luego se sentaban a platicar por horas, después de lograr que nosotros, los primitos, desapareciéramos de la sala. Ellos se escuchaban el uno al otro sin perder detalle, ni soltarse de sus manos,  hasta que el novio no le quedaba más remedio que despedirse cuando mi tío empezaba a rondar por el pasillo.

Uno de esos días le pregunté a mi mamá:

- ¿Cómo se llama tu novio?

- ¡Mi novio es tu papá! – me respondió muy sonriente.

- No mami, ¡en serio…!

Pero ella insistió, y así quedaron las cosas. Me quedé pensando en esa respuesta y empecé a preguntarme: “¿Cómo va a ser mi papá el novio de mi mamá? Primero: él nunca llega con un ramo de flores, ni con chocolates; si le da un regalo a mamá es por su cumpleaños y por Navidad, pero nunca he visto que el novio de mi prima le regale una licuadora, o le salga con dinero para que se compre algo.

Además, mamá nunca pone cara de Blancanieves cuando papá llega del trabajo, ni él sonríe como un Príncipe Azul cuando la mira. Mi mamá no corre a arreglarse el peinado, ni a pintarse los labios al escuchar la llave en la puerta cuando mi papá llega: apenas lo mira para decir  ¡hola!, pues está revisando mis tareas.

“El saludo de mi papá, en ves de ¡hola mi vida!, era ¡hola, que día!, y de inmediato se ponía la peor vestimenta para estar cómodo. En lugar de ‘¿qué quieres para cenar?’, mi mamá le preguntaba, ansiosa: ‘Qué, ¿quieres cenar?’; y cuando pensaba que papá le iba a decir ‘qué bonita te ves hoy’, más bien le preguntaba ‘¿viste donde quedó el control de la televisión?’.

Los novios se de cien cosas románticas como “¡cuánto te amo!”, en ves de “¿fuiste al banco?”. Mi prima y su novio no podían dejar de mirarse, pero cuando mamá pasaba delante de papá, él inclina la cabeza para no perder detalle de lo que veía en la tele.

A veces, papá le daba por detrás una brazo sorpresa a mi mamá, pero ella se zafaba diciendo que estaba de afán. Mis padres solo se daban la mano cuando en misa el sacerdote decía: “Dense fraternalmente la paz”.

La verdad –pensaba entonces- es que mi mamá no tiene novio y mi papá no tiene novia. Qué aburrido… ¡sólo son esposos!

J: - Estos pensamientos de una niña que observaba con detalle lo que ocurría alrededor de su casa, son un verdadero reflejo de lo que son las rutinas en los matrimonios. Ninguna novedad, ninguna iniciativa sugerente, solo el automatismo que ofrece el paso de los años.

MI. - Se ha perdido la ilusión, el desgaste se ve a la distancia, la costumbre no deja ningún campo a las sorpresas. Es preciso crear y mantener rutinas positivas que le cierren el paso a este desgaste y que enriquezcan la relación, antes que se termine irremediablemente.

J:  - Recuerdo aquella anécdota en la que los sentimientos se reunieron a ver cuál podía matar al amor; cada uno de ellos, el odio, la ambición, el mal carácter, la grosería, en fin, todos, le hicieron la guerra al amor y solo uno lo logró matarlo: la rutina.

MI. - Por ejemplo, las rutinas positivas son buenas en tanto sean útiles para manejar la logística de la casa; pero son malas cuando hacen tan predecibles los comportamientos que ya no les damos ningún valor y llegan a pasar desapercibidas.

J:  - Pero las rutinas amables como los besos de saludo y despedida, las pequeñas atenciones en casa, las colaboraciones espontáneas sobre tareas, llevar flores o sentarse de la mano a ver televisión, a veces se van perdiendo y
anulando el afecto y la alegría en los hogares.

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