Momentos de dolor se vivieron en el Cementerio Alemán, que existe desde hace más de 70 años, en Quito. En el camposanto, de unos 26 000 m2, hay alrededor de 1 000 tumbas. Foto: Julio Estrella / EL COMERCIO
‘Ojalá pudiera devolver el tiempo/ para verte de nuevo/ para darte un abrazo/ y nunca soltarte…”. El canto se oye mientras alrededor de los féretros de Javier Ortega, Paúl Rivas y Efraín Segarra se ubican sus más cercanos, su familia y sus amigos.
El viernes 29 llegó. Luego de tres días de velorios, uno en Cali, es tiempo del sepelio. El bullicio de las vigilias en la Plaza Grande, con las consignas emitidas a gritos; y el de confesiones, despedidas y rezos de las ceremonias religiosas, dio paso al silencio.
El movimiento de gente organizada agitando banderas y sosteniendo pancartas se volvió caminar discreto. También fue brusco el paso de la tranquilidad -por el regreso de los chicos, tras más de 90 días fuera de Ecuador- a la inconformidad.
Ayer 29 de junio del 2018, los cuerpos del equipo de EL COMERCIO arribaron a las instalaciones de la Fundación Max Uhle, en donde funcionan la funeraria Memorial y el Cementerio Alemán. Y lo imposible dejó de serlo.
“Aunque mis ojos no te puedan ver/ mi corazón puede sentir tu presencia/ sé que estás aquí…”. Las coristas lo cantan, los músicos lo interpretan con violín y órgano, y los presentes, muchos periodistas, fotógrafos que llegaron también de Cuenca, Imbabura y Guayaquil, camarógrafos y parientes de los chicos, lo creen.
Manos de madres, manos de padre, manos de hermanos, manos de hija e hijos, manos de novia… Todas parecen acariciar los rostros, quizás el cabello de Javier, Efraín y Paúl, en un ejercicio que vence a la muerte, que se agarra de la fe y atraviesa la madera. Aunque alguien podría pensar que solo tocan cajas, en realidad abrazaron a los suyos.
Desde que todo empezó, el 26 de marzo, la mamá del fotógrafo Paúl, Lupita Bravo, de 76, se había mostrado serena. Es una señora amigable, que tutea, que invita a visitarla, que sonríe al hablar del más ocurrido de sus hijos. Pero ayer su semblante cambió.
Bajo sus gafas oscuras, no dejaron de caer tantas lágrimas, como si se tratara de un aguacero en junio. Algo parecido ocurría con Mariana Reyes, de 65 años, la mamá de Javier, el periodista. Con sus manos y sus brazos cubrió el ataúd.
Su desolación hizo que sus dos hijos, Andrea y Álex, de 37 y 35 años, respectivamente, acudieran para reconfortarla. Su papá, Galo, de 66, recibía la solidaridad en forma de abrazos, sin dejar de acariciar con la mano izquierda el ataúd.
Yadira Aguagallo, novia de Paúl, lucía aturdida frente a la caja. Seguro le decía algo, tal vez le tomaba de la mano, aunque nadie lo pudiera ver. Eso también hacía Carito Rivas, hija de Paúl, a quien consolaba su madre Patricia.
A unos pasos, Patricio y Cristhian, hijos de Efraín Segarra, también abrazaban a su modo a su papá. Su madre Teresa estuvo acompañada por todos sus hermanos, los Jaque. Entre ellos, Jaime y Patricia. Ella contaba que si bien su hermana y su cuñado se separaron, ellos nunca lo hicieron de él. Una prueba: ayer su hija, Pamela Sánchez, de 15, no dejó de llorar, más en el entierro.
Patricia pensaba que en algún lugar, ‘la mami Loli’, suegra de Efraín, quizá lo encontraría. A ella le enviaba saludos vía Facebook. La cuñada sonreía, pese al dolor, contando que su hermana Teresa siempre recibió flores en fechas especiales.
En el grupo de los Segarra estaban Galo Arias y José Simbaña, sus compañeros conductores, y otros que tiempo atrás dejaron el Diario, pero no la amistad con Efraín: José López, JC Díaz, entre otros.
“No te preocupes amigo. Ya llegaste. Aquí estamos. ‘Negro’ puedes irte tranquilo. Te queremos, te recordaremos”. Lo decía Estefanía García, de 31 años, del grupo de más cercanos amigos de Javier Ortega. La complicidad nació en tiempos de universidad.
Los chicos formaron un muro a un lado del féretro de su inolvidable ‘Pistacho’. Alejandra Yépez muy triste decía “después de este día ya no nos volveremos a ver”. Adolorida reflexionaba: la vida pone obstáculos. Es complicado que te juntes con amigos cuando estás vivo y luego pasa esto”.
Ese mismo pesar, “de asumir que el cuerpo de tu ser amado físicamente comienza a descender, al ser cubierto por la tierra” que envolvía a Ricardo Rivas, hermano de Paúl. La separación es dolorosa, pero sabemos -dijo- que debemos dejarlo ir, para que descanse.
Ricardo, como toda su familia, es creyente. El espíritu de mi hermano -reiteraba- está con Dios. Y en eso una señora, que se presentó como una ciudadana que no conoció a los chicos, le dio el pésame. En segundos le dijo que la parte física se corrompe y el espíritu se queda. “El cuerpo es el estuche, adentro está la perla”.
No quiso identificarse, solo comentó que hace 15 años perdió a su hija, de 17. Y desde entonces se acercó más a Dios.
“La verdad no es tener siempre la razón/ la verdad es tener en la vida una misión”. La canción, a ritmo de rap, de Frank- T, que escuchaba Javier, dejó pensando en el para qué de las muertes repentinas. Guillermo Corral, exjefe de fotografía de Paúl, decía que el país otra vez respeta a los periodistas.
Después de la ceremonia religiosa y los últimos adioses, la tierra cubrió las tumbas, ubicadas en el piso, de Javier, Paúl y Efraín. Cercanos las llenaron de flores blancas, rojas, amarillas y globos. Desde ayer, los chicos son custodiados por cipreses y pronto el pasto ganará terreno también.