Krauss: político y diplomático

Nos deja en estos días un chileno de excepción que en solamente tres años se volvió ecuatoriano sin renegar de su origen. Por el contrario, hizo gala de él para profundizar su apego a nuestro país. Se va a otro destino diplomático, en ese “retorno permanente” como él mismo lo llama, Enrique Krauss, embajador de Chile en el Ecuador.

Pero deja una presencia –no ausencia- vigorosa, difícil de olvidar y de suplir, la de un hombre que ama por igual a su patria, que es América Latina, que a su Chile natal. Que prodiga cultura y sabiduría por donde va, que tiende puentes y hace amigos por todos lados. Que gusta de la política, por la cual ha transitado décadas de su fructífera vida y en cuyo ejercicio ha desempeñado funciones de Ministro del Interior (1990-1994), presidente de la Democracia Cristiana (1997-1999) y diputado (1998-2002).

Que ha sido maestro en diplomacia como Embajador en Madrid y en Quito, sin ser esa su profesión pero sí quizás su vocación natural. Que tiene el privilegio de poder contar de su relación de amistad política y personal no sólo con los presidentes de la Concertación, Aylwin, Frei, Lagos y Bachellet, sino con el propio Allende, a quien conoció ya haciendo política muy joven en el Congreso, y con Frei padre, en cuyo gobierno sirvió como Subsecretario del Interior. Que disfruta abiertamente del fútbol -Colo Colo es su debilidad- y curiosamente del tango -Gardel es  su referente-, que su lema es el diálogo y la democracia su pasión. Deja una presencia íntegra, humana.

Krauss se va después de hacer mucho por la relación entre Ecuador y Chile en una coyuntura compleja y desafiante pero al mismo tiempo propicia para ello.

Cuando en nuestro país y en América Latina hay vientos de cambio que nos obligan a replantearnos paradigmas hasta hace poco inamovibles. Cuando Ecuador se transforma y vive una transición de fondo en la que necesita amigos seguros. Supo Enrique Krauss aprovechar de la coyuntura para hacer posibles aproximaciones bilaterales concretas con su inagotable capacidad de trabajo y su don de gentes en cooperación, en presencia cultural, en comercio, en inversiones. Para hacer nuevas y fortalecer viejas amistades. Para agrandar y hacer querer aún más a Chile, el de los poetas e intelectuales, el de la “loca geografía”, el de los demócratas valientes, el de las frutas y el vino, el de la libertad recuperada.

Por todo lo que ha hecho y por lo que seguirá haciendo Enrique Krauss, los ecuatorianos estamos agradecidos.

Hemos tenido la fortuna de contar entre nosotros, en un período de tres años que se ha hecho corto, de  un Embajador y un político de estatura. Un Embajador, por lo demás, no de un país cualquiera sino de ese Chile siempre fraterno y entrañable.

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