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Así se sobrevive al filo de una quebrada en invierno

El talud que bordeada la casa de la familia Navarrete, en el sector Che Guevara, casi se ha desvanecido con las lluvias. Foto: Bolívar Velasco / EL COMERCIO

Alrededor de la casa de la familia Navarrete Espín, en Santo Domingo de los Tsáchilas, la tierra se va desmoronando, y poco a poco las bases de la estructura se van aflojando. 

En una quebrada del barrio conocido como Che Guevara Sector 2, en la periferia del cantón Santo Domingo, se encuentra esta pequeña vivienda de paredes de madera, techo de zinc roído y piso de tierra.

Derlin Navarrete y Alicia Espín construyeron allí hace 10 años, tras una invasión de terrenos, que en ese entonces estaban abandonados. La abundante maleza se retiró y brotó un caserío. Al igual que la mayoría de cooperativas de vivienda de la urbe, esta se pobló sin ningún orden. 

El sector Che Guevara no solo fue el resultado de una invasión, sino que pronto se convirtió en una zona de riesgo para vivir. Actualmente, está entre las de mayor amenaza en Santo Domingo. Las 30 familias que habitan al borde de la quebrada están en peligro.

Uno de los accesos es un reducido paso de tierra irregular por el que se debe caminar con las manos apoyadas entre un muro de la Unidad Educativa 2 de Mayo y las paredes de madera de las viviendas. 

Esto es apenas una pequeña proporción del riesgo que, en esta década, no solo ha tenido en vilo a los Navarrete-Espín sino a todo el sector. En época de lluvias, las corrientes de agua y piedras se descargan con furia, por ello las casas corren el riesgo de derrumbarse.  

Según el plan de ordenamiento territorial del Municipio, el sector Che Guevara tiene una alta densidad poblacional, con 200 habitantes por hectárea. En el centro de la urbe es menos de 20 personas por hectárea y el promedio del cantón es de 100.

Los asentamientos irregulares se incrementaron y se levantaron sobre quebradas circundantes al río Pove, en donde pudieran ir a parar las casas afectadas por el temporal.   

En la covacha de 5 por 10 m², Derlin y Alicia viven con sus tres hijos. Estos padres están conscientes de que la pérdida progresiva del talud podría desprender la casa y hacerla caer alrededor de 10 metros de profundidad, donde la vertiente del contaminado afluente está repleta de rocas, monte, basura y escombros.

Las otras familias conocen también de este peligro. Katherine Mercado, Néicer Matamba, Jessica Mera y Fernando Iguabo, parte del grupo de vecinos, reconocen que están “entre la vida y la muerte”.

Alicia Espín muestra que el terreno se afloja y que los pilares de su casa se han quedado casi sin la base de tierra. La acumulación de agua de estos últimos días ha erosionado una vez más el suelo.

El temporal, que se siente con precipitaciones de leves a moderadas desde hace más de 15 días, no ha dejado dormir a esta madre de familia. 

A principios de noviembre del 2021, cuando pudo conciliar el sueño, ella cuenta que soñó que en la mitad de un ‘diluvio’ cargaba a sus hijos de 3, 9 y 12 años entre sus brazos. Árboles caídos y una gran cantidad de tierra removida a su alrededor se eclipsaron en ese trance.

Alguien gritó que corra y enseguida despertó, pero esa situación la dejó abrumada. 

Ella recuerda que hace ocho años varias familias resultaron heridas por un cúmulo de tierra, maderos y árboles que cayeron sobre sus cuerpos, durante una fuerte lluvia.

Derlin Navarrete, que evoca esa desgracia como si fuese hoy, ha tomado precauciones desde esa tragedia.

Él trata de equilibrar el peso de la casa en estas épocas, porque eso justamente no tomaron en cuenta sus vecinos, quienes ya no viven ahí. 

En días de precipitaciones, Navarrete suele ir con uno de sus hijos a la casa de su madre, que vive cerca. Así logra liberar de carga la casa. Él acepta que el inmueble no soporta ni un ‘alfiler’ más. Los cinco integrantes tratan de no hacinarse, sobre todo en la noche. 

Las camas y una pequeña sala están aseguradas sobre el filo de un escalonado del talud. El resto de bienes, la cocina y el baño están casi en el ‘aire’, ­apenas sostenidos por los ­frágiles pilares.

En esta área todo tambalea y los niños están bien adiestrados para no estar ahí, porque una concentración de peso más debilitaría la estructura. 

Las familias de este sector se instalaron en ese asentamiento con la idea de que con los años el Municipio legalizaría sus terrenos o los reubicarían en un espacio urbanizado y con servicios básicos.

Ninguna de las dos posibilidades se ha cumplido, porque las autoridades no pueden admitir a trámite un terreno en zona de riesgo. Pero el sueño de vivir en mejores condiciones no muere para los Navarrete-Espín, que anhelan terminar con una década de vivir bajo esta amenaza.

Dos proyectos, en ejecución

El Cabildo de Santo Domingo inició la construcción de dos proyectos de vivienda, a través de la Empresa Pública de Construcciones. Esto permitirá retirar a familias que viven en zonas de alto riesgo. 

Las soluciones habitacionales, con créditos de interés social, de los proyectos denominados Juan Eulogio y El Boyal, buscan atender las necesidades que tienen habitantes de sitios peligrosos, como en el sector Che Guevara, los asentamientos El Bosque y 9 de Mayo, entre otros.

La lista de familias y de las zonas que se deben intervenir es extensa. Algunas familias ya han sido trasladadas al proyecto de vivienda Juan Eulogio, tras la inauguración de una primera etapa.

Solo hasta el 2019 el Municipio calculó que en el cantón hay 20 asentamientos urbanos y ocho rurales, con 5 000 casas levantadas en zonas propensas a derrumbes, deslizamientos, flujos y reptaciones. La entidad precisó que la mayoría se encuentra sobre esteros y quebradas.