Se despidió del oscuro rincón que llamaba habitación, un espacio desordenado y húmedo, de tétricas paredes. La menuda figura de Génesis se escabullía por los escondrijos de su vieja casa, que abandonó hace algunas semanas para recibir tratamiento en un hospital público y luego en un centro especializado.
Tiene 18 años pero parece una niña por su apariencia. Su semblante es el resultado de una adicción que empezó con cemento de contacto, marihuana y terminó con la ‘hache’.
Por las drogas, Génesis cambió su comportamiento. Abandonó el colegio, hasta robó los ahorros de su madre, una vendedora de periódicos. Hace algunos años Marcelo, su hermano de 14 años, también consume. Y el menor, Mauricio, confesó llorando que había probado la ‘hache’ hace pocos días. Tiene 10 años.
“Cambiaron su conducta de repente -recuerda Edith, la madre-. Las profesoras me daban las quejas. No tengo dinero para ayudarlos”.
El barrio, en una zona del noroeste de Guayaquil, es una encrucijada de callejones.
Ese 3 de febrero, integrantes del Ministerio de Salud, de la Gobernación y de la Prefectura del Guayas acudieron al pedido de ayuda de Edith.
Cansada de los escapes, insultos y agresiones, decidió internar a sus tres hijos para desintoxicarlos. En este distrito de Salud, el número 7, unos 250 adolescentes reciben terapias por consumo de estupefacientes. Hay factores comunes, según la psicóloga Lady: pobreza, familias fragmentadas, violencia…
El año pasado, 20 894 usuarios de entre 10 y 19 años de edad fueron atendidos por adicciones al alcohol y drogas por el Ministerio de Salud en el país. Es decir, el 0,66% de la población en el país de esas edades. Casi el 80% se concentra en Guayas.
No se pueden comparar con los datos del 2014, porque desde septiembre de ese año se inició el programa de atención de forma progresiva por ciudades y por rango de edad.
Terapia grupal
Es una tarde calurosa en Bastión Popular, en Guayaquil. Al menos 30 jovencitos, que usualmente acuden a citas psicológicas en un subcentro de salud, están reunidos en una iglesia evangélica cercana para una terapia grupal.
Algunos sudan. Otros juegan, nerviosos, con las pulseras en sus muñecas. De pronto, uno salió disparado a buscar un caramelo; sentía náuseas por la abstinencia.
“Todavía viene a mí ese pensamiento… el de la droga”.
En medio de los testimonios, la voz de la psicóloga Adriana Solórzano resuena como un sermón alentador. “Parte del tratamiento es hacer cambios; y uno de los cambios es empezar a transformar esos pensamientos”.
En el país existen 39 establecimientos de salud que dan el servicio ambulatorio intensivo contra adicciones. 152 psicólogos, más psiquiatras, médicos y enfermeras, son parte de los equipos de apoyo.
Los mellizos Andrés y Armando asisten a un centro de salud en Bastión. Ellos comparten casi todo: el estilo de peinado, el gusto por la ropa holgada… En el colegio conocieron el ‘hache’ y llevan dos años luchando para dejarla.
“Ellos me suplicaron que busque ayuda y aquí estamos”, dice Hilda, su madre. La mayoría de adolescentes con adicciones sigue tratamientos ambulatorios, con terapias individuales y grupales, clases asistidas en casa y la posterior reinserción escolar.
Pero en los casos más crónicos, como el de Génesis y sus hermanos, se empieza con una desintoxicación en hospitales (hasta 14 días). Luego viene una fase residencial, que puede durar hasta seis meses.
Bajo esa modalidad empezó a funcionar en Guayaquil la casa Juan Elías. Ahí, desde marzo de 2015, 62 adolescentes varones han sido atendidos.
Según Salud, el primer mes de la terapia residencial le cuesta al Estado USD 1 271. Los siguientes meses, según la evolución del paciente, hasta USD 1 121 por cada uno.