Gustavo Humberto Mata autografía uno de sus libros en 1978. Fue bibliotecario, novelista, crítico e historiador literario y poeta. Foto: ARCHIVO EL COMERCIO
¿Qué significaría convertir al insulto en materia de estudio académico? Existen razones para ello: la primera consiste en señalar la necesidad del conflicto en el aprendizaje, no la agresión ni el agravio, sino la oposición crítica, en algunos casos, el desafío. La segunda razón alude a la enorme potencialidad de desentrañar el núcleo nocivo y puro del prejuicio sociocultural vigente en la sociedad en que vivimos, por medio del estudio del repertorio de insultos al alcance de todos nosotros. Más que cualquier otro texto, el insulto que cada uno de nosotros emite es un indicador perfecto del grado de sometimiento que experimentamos ante la cultura heredada. El insultador es un sujeto ideológico puro.
Esto es así porque el insulto se encuentra fuera de toda consideración conceptual o racional. El novelista Lawrence Sterne decía que todo sujeto civilizado debería gozar del tiempo libre necesario para sentarse y fabricar, sesudamente, sus propios insultos.
***
La invectiva, como tal, surge con el humanismo renacentista, que encuentra su prototipo en un intercambio entre el historiador romano Salustio y Cicerón. La tradición medieval del manuscrito (es decir, la transición del manuscrito elaborado en monasterios al mercado, a las ciudades y la aparición de universidades que ordenan y regulan los contenidos) tituló a estos textos ‘invectivae’, un término acuñado en la antigüedad tardía, donde se emplea tanto como adjetivo (que modifica a un nombre, por ejemplo, oratio, satura, epístola, etc.) que como sustantivo. En ambos casos se refiere a un discurso de reproche o maledicencia, la mayor parte de veces, invectiva es el término utilizado como título de los discursos de Cicerón en contra de Catilina.
Una definición adecuada de este tipo de invectiva rezaría como sigue: una composición, en prosa o en verso, cuyo objetivo principal es reprender o acusar a un adversario, vivo o muerto, o responder a acusaciones en contra de uno mismo, de su familia, país o cualquier otro objeto preciado. Se trata pues, de una composición elástica, que incorpora elementos provenientes de distintas formas, para dar cabida a la expresión de afectos íntimos, muchas veces en momentos de pasión excesiva.
***
Gonzalo Humberto Mata Ordóñez nació en Quito en 1904, a los 12 años de edad su familia se trasladó a Cuenca, ciudad en la que se radica y vive el resto de su vida. Mata fue bibliotecario, novelista, crítico e historiador literario y poeta, nunca ejerció la cátedra y vivió permanentemente en cercanía con la polémica. Mata entabló polémica contra Jorge Icaza, a quien acusó de plagio, dirigió sus dardos contra Olmedo, Gonzalo Zaldumbide, Oswaldo Guayasamín y contra Juan Montalvo.
La publicación en 1966 de Humberto Mata, de su libro titulado ‘Zaldumbide y Montalvo’, inicia con una crítica mordaz en contra de lo que considera un proceso de canonización indebido. Mata sostiene que la obra de Montalvo es pretenciosa y anacrónica, que adolece de errores de escritura y que su figura histórica se caracteriza por el oportunismo político, la hipocresía, el dogmatismo y la traición.
La obra de Mata encuentra una marcada resistencia por parte de intelectuales que defienden, a capa y espada, al escritor ambateño. La polémica escala a tal punto que Mata es declarado persona non grata por la Sociedad de Amigos de Montalvo, hasta el punto que se amenaza su integridad física de viajar a la ciudad de Ambato. Mata responde con virulentos ataques a sus adversarios, muchos de ellos anónimos, con una serie de textos, entre los que se encuentra: Defensa de mi Zaldumbide y Montalvo, Apeo y deslinde del San Don Montalvo, Montalvo Seudo-Cervantista, Montalvo ramplón literario y Sobre Montalvo o desmitificación de un mixtificador, este último de 1969. Aquí un ejemplo de la invectiva Matista:
“Agradece, Pablo, que, como yo soy inicuamente consecuente en mi Amistad, consigne tu nombre y doble apellido. Me considero aspirante a caballero y, en esa alusión, te pido compruebes que entre toda la caterva de zullencos mapa poetas, cíclopes boquirubios fletados, que has planificado dañinamente contra mí, solo a ti hago la concesión de nombrarte, porque tú, para mí, aunque cuando inserto dentro de la casa de Montalvo, te acojas al primitivismo del mito, no estás poseído de imbecilidades sin remedio como estos talentos en desuso.
Tú, mi amigo, puedes, acaso, pensar que, por determinadas circunstancias, los escritores no son tan civilizados ni sensatos como debieran ser para, justificando su vida, refrendar su función intelectual. Créeme Pablo, que te considero por haberte rodeado de tanto fetichista fanatizado, hediendo a calamidad de momia. ¿Por qué, para “lastimarme” Pablo, te has constituido en cabecilla de renacuajos, jambatos, de cuerda municipal literarizante?¿Por qué has extraído de chiqueros de las casas de rastro a perplejos intelectuales de casta y de género chico, de atrás de la cintura para abajo? ¿Por qué has suelto contra mí todo ese ganado mostrenco? ¿Por qué has adiestrado a toda esa fantochería superdotada de preñadillismo literario en contra mía? ¿A qué ese contumaz coludir de la turba de turbados y más turbados montalvistas? ¿Por qué tu ensañado aporrearme con carbonientos montalvanos? ¿Por qué te empecinas en ejercer una indigna inclinación de especial y desvergonzada sabiduría entronizándote “enganchador” de escabrosos cabros y sus aumentativos? ¿Por qué has levantado cuadrillas de sevillanos cepeídos? ¿Solo para ladrar tanta pujanza? Para no más de mí..tú solo y solo te bastabas, Pablo querido, así como la vez pasada que únicamente tú me insultaste, levemente por cierto premonitorio montalvicidio mío…” (Defensa de mi Zaldumbide y Montalvo. p. 104)
Quiero concluir con una exhortación por el lugar del disenso en las letras, en la sala de clases. La invectiva pone en riesgo el orden, libera las reservas creativas represadas del ser humano e incluso las fuerzas políticas necesarias para el diálogo productivo. En cuanto al insulto, creo que la tarea ante nosotros no debe ser su supresión sino su análisis, después de todo, los insultos son también ocasiones para interrogar la validez de las jerarquías; después de todo el insulto no solo es una manera de promover la enemistad sino también un montaje que se presenta ante una audiencia y que no tiene la intención de dividir, sino de juntar. En todo esto, la distancia estética nos ofrece, tal vez, la perspectiva necesaria para ver al insulto de otro modo. Termino con una exhortación sobre todo para la práctica pedagógica, inspirada en la fecunda obra de G.H. Mata: ¡Más inventiva en la invectiva!
*Fragmento de la ponencia ‘Alemán mata Montalvo’ organizada por la Academia Ecuatoriana de la Lengua.