Desde la semana pasada, los bañistas en la playa de Tel Aviv ya están autorizados a no usar mascarilla. Foto: EFE
Si la velocidad de vacunación contra el covid–19 se premiara como una carrera de 100 metros, Israel se habría llevado la medalla de oro con una considerable ventaja. Los datos actualizados hasta el jueves en el sitio web del diario británico Financial Times muestran la estadística de 114,7 dosis inoculadas por cada 100 habitantes, muy por delante de su inmediato seguidor, el Reino Unido, que ha administrado 67,4 inmunizaciones por cada 100 habitantes.
En el sentido estrictamente matemático se podría argumentar que de todos modos los británicos han aplicado más vacunas a un mayor número de personas; al fin y al cabo se trata de un país con una población casi ocho veces mayor a la de Israel. Pero lo que realmente ha sido motivo de asombro -y de envidia- para un gran número de países respecto del tema fue la noticia de que en esa nación las personas ya están autorizadas a circular sin mascarilla en espacios públicos, como un primer paso hacia una plena recuperación pospandemia.
Pero haber desarrollado una campaña de inmunización tan efectiva que alcanzó a cinco millones de personas (con dos dosis) desde la tercera semana de diciembre no es una casualidad. La historia y los datos del Estado de Israel desde su creación en 1948 sugieren que la eficiencia ha sido parte de su destino, y elemento vital de su engranaje para integrar el club de países desarrollados.
A lo mejor uno de los ejemplos más ilustrativos de que como país no le ha quedado de otra que ir siempre un paso adelante que el resto es el tema del agua. Hace 70 años, en Occidente la preocupación de que el líquido vital fuera a faltar algún día no estaba en la agenda, pero quienes llegaron tras la Segunda Guerra Mundial a lo que desde tiempos bíblicos se conocía como la tierra prometida del pueblo judío se encontraron con la realidad de una gran escasez.
Durante la década de los 60, según información del Gobierno israelí, todos los recursos de agua dulce quedaron integrados en una red conjunta, con el Acueducto Nacional como su principal arteria. Pero siempre fue evidente que eso nunca sería suficiente para una población que crecería 11,2 veces en siete décadas, si se toman en cuenta los datos históricos publicados por la Jewish Virtual Library.
El año pasado, el docente Philip Durst explicaba a sus alumnos de Michigan State University (EE.UU.) cómo el 90% de lluvias caen en Israel cinco meses al año, lo cual deja como principal fuente de agua a la del mar Mediterráneo. Pero a grandes problemas, grandes soluciones, y una enorme planta desalinizadora aprobada a finales del 2019 tiene la capacidad de cubrir entre el 85 y 90% de las necesidades del sector residencial en los municipios de todo Israel.
A esto se suma que el 80% de agua para consumo humano se recicla, y se utiliza la más avanzada tecnología para detectar y solucionar fugas; así, mientras el Banco Mundial calcula que el promedio mundial de desperdicio de agua llega al 30%, los recuentos israelíes apenas varían entre el 7 y 8%.
Con una geografía tan árida y una superficie tan pequeña (Ecuador es 11,6 veces más extenso) sorprendería encontrar información de un país que produce el 95% de sus necesidades alimenticias, y que exporta productos agrícolas en un volumen necesario para cubrir las importaciones de granos, semillas oleaginosas, carne, café cacao y azúcar.
Pero las fotografías llegadas desde ese lado del planeta muestran cultivos donde parece que no se ha dejado de sacar partido a ningún centímetro del terreno. Técnicas que los han convertido en líderes mundiales -como el riego por goteo- han permitido, literalmente, hacer florecer al desierto. Un artículo publicado por el Instituto Tony Blair para el Cambio Global también atribuye estos significativos avances a la organización de los campesinos, que desde un inicio incluyó a bien manejadas cooperativas (Kibbutzim y Moshavim) y granjeros independientes representados por una influyente asociación.
Golda Meir, quien fuera primera ministra israelí entre 1969 y 1974, dijo alguna vez que su pueblo se regocijaba más ante el desarrollo de un nuevo tipo de algodón o el florecimiento de las fresas que ante la guerra. Sin embargo, es innegable que por su ubicación estratégica en Oriente Medio se trata de un país destinado a estar en medio del conflicto. Y más allá del factor geopolítico, es innegable su compromiso para mantener tan a salvo como sea posible a su población civil. La famosa Cúpula de Hierro, en funcionamiento desde el 2014, es un sistema de misiles diseñado para interceptar y destruir cohetes de corto alcance y proyectiles artilleros lanzados desde una distancia de 4 a 70 kilómetros. Niños y adultos reciben toda la información necesaria para resguardarse en caso de una emergencia de este tipo.
A inicios de esta semana, las agencias internacionales de noticias reportaron que el Estado de Israel ya negoció con la farmacéutica Pfizer más millones de vacunas contra la nueva cepa del coronavirus, además de sostener diálogos con otros laboratorios, para garantizar el suministro de inmunizaciones por lo menos hasta finales del 2022. Esto cuando una gran cantidad de países aún no sabe cómo vacunar por primera vez a toda su población. Más que el secreto de su éxito, ir un paso adelante ha sido un tema cultural de buscar la solución en nombre de la sobrevivencia.