El auge de la violencia

José Ayala Lasso
El Ecuador está viviendo una época en la que la violencia campea incontrolada. Cada día el país se despierta azotado por asesinatos y asaltos. Casi no hay una familia que no haya sentido en carne propia el ensañamiento del crimen.
 La ciudadanía condena la violencia, se pregunta qué medidas está tomando la autoridad para combatirla y exige una respuesta clara de  los responsables del mantenimiento de la paz social.

La Policía y la función jurisdiccional van desprestigiándose y perdiendo, ante los ojos del pueblo, la legitimidad indispensable para trabajar con eficacia.

Con frecuencia, la Policía captura a presuntos delincuentes que los jueces liberan al poco tiempo. Las instituciones se responsabilizan unas a otras por estas inaceptables falencias. La maraña legal favorece la impunidad.

El pueblo pide al Gobierno que elabore un plan integral de lucha contra la violencia, aplicable de inmediato, a mediano y a largo plazo.

Un plan que defina acertadamente al delito, lo persiga, lo castigue y se oriente, en primer lugar, a la protección de la sociedad y, además, hacia la redención del delincuente. En este campo, es indispensable la coordinación entre todas las funciones del Estado.

Ciertamente que la violencia que azota al Ecuador es el resultado de múltiples y complejos factores. La pobreza crítica es el peor estado de violencia contra el pueblo que puede, a su vez, generar expresiones de violencia. Pero es equivocado el mensaje de quienes  afirman que  la violencia es la reacción justificada del pobre.

En una auténtica democracia, las instituciones creadas por la ley deben demostrar eficacia tanto en la lucha contra la pobreza como en el control de la violencia.

Por ello, la prédica de la violencia y el fomento de la lucha fratricida entre ecuatorianos -recursos dialécticos para ganar el favor político- deben terminar para siempre. La conducta de la autoridad ejerce una función pedagógica que no cabe minimizar. Un Presidente violento induce a la violencia en el pueblo. Un Presidente que descalifica y divide a la familia ecuatoriana predica el odio y lanza a los ecuatorianos unos contra otros.

Basta ya, señor Presidente. Con todo el respeto que merece la ‘majestad’ de la función que usted desempeña, le pido que trabaje para unir a la familia ecuatoriana, aceptando y respetando sus diferentes opiniones y creencias, dejando de lado esas simplistas clasificaciones de ‘buenos’ y ‘malos’.

Predique usted la tolerancia y el respeto a todos y practique la fraternidad y pronto verá que aquellos que aún creen en usted y muchos de los que no empiezan a recobrar su fe en el Estado y a contribuir a restablecer la paz social. Y hasta a sonreír, como le pide al Ecuador el señor Vicepresidente.

Suplementos digitales