Sus ojos se humedecen cuando evoca que en su carrera deportiva vivió momentos de alegría y de tristeza. La experiencia y los conocimientos adquiridos le sirven ahora para su etapa de entrenadora. Su imagen de persona disciplinada es un valor agregado.
En sus 24 años como marchis-ta élite del país, Miriam Ramón tuvo el apoyo incondicional de Zoila Durán, Franklin Ramón y Tránsito Ramón (fallecida hace dos años), madre, esposo y suegra, respectivamente. Sin ese triple respaldo no hubiese competido por el mundo.Sus dos hijas, Daniela y Carolina, quienes ahora tienen 14 y 12 años, se quedaban al cuidado de sus abuelas cuando Ramón viajaba al exterior. La ex atleta agradece a Dios por haberle dado “dos madres”. Su marido, en cambio, siempre la motivó para que siguiera en el deporte.
Por eso ella lo alaba. “No piensa como la mayoría de hombres, es partidario de la igualdad de género”. Es más, desde hace cuatro meses integra el Centro de Formación y Desarrollo Deportivo Integral (Cefodedi), que dirige su esposa. Es psicólogo clínico, título que obtuvo en el 2000.
Él es recíproco con los halagos: “Es una mujer bondadosa. Ella no quiere que sus alumnos sufran dificultades económicas parecidas a las que vivió en sus inicios”. Franklin Ramón trabajó seis años en West Chester, EE.UU. y en el 2007 retornó a Cuenca para quedarse con su esposa e hijas.
La triple subcampeona panamericana, quien ahora tiene 30 alumnos en su centro de formación, escoge dos anécdotas que marcaron su vida deportiva. La primera ocurrió en 1995, cuando 45 minutos antes de una competencia del Gran Premio en México, se quedó atrapada en el ascensor de un hotel.
Ella recuerda que soportó minutos de angustia. Los organizadores aplazaron cinco minutos la prueba para que ella participara. Del ascensor saltó a la pista ante los insistentes llamados por los altoparlantes. “No hice la labor de calentamiento, pero entré caliente de la preocupación”.
Su segunda anécdota más recordada la vivió en los Juegos Panamericanos de 1990, en Canadá. No compitió porque se subió a una buseta oficial no designada para marchistas y llegó atrasada porque el conductor no encontró el lugar de la competencia. Ese día lloró desconsoladamente.
Esos tristes episodios le sirven ahora como ejemplo para insistir a sus alumnos en la puntualidad. Sus dirigidos, cada día, llegan con minutos anticipación a los entrenamientos y otros lo hacen a las carreras para evitar el atraso. Esa exigencia también lo asimiló de su ex técnico, Luis Chocho.
Él, en 1986, escogió a Ramón como una de sus alumnas para la práctica de la marcha. Ella era estudiante del primer año del Colegio Manuel Córdova Galarza de la parroquia cuencana de Baños. Chocho era profesor de cultura física de citado establecimiento.
En ese entonces, con Ramón también fueron seleccionadas Luisa Nivicela, Bertha Vera y Gladis Criollo. De las cuatro, solo Miriam no se retiró. Las otras emigraron a los Estados Unidos.
Hace poco, Criollo le preguntó a Ramón cómo hizo para mantenerse 24 años en el deporte con poco apoyo económico. La múltiple campeona sudamericana respondió que no acumuló riquezas en la parte material, pero que conoció la mayoría de países sudamericanos y otros del mundo.
Juan Chocho, actual técnico de los andarines azuayos, fue su compañero de prácticas durante cinco años. “Su liderazgo y su valentía la distinguieron dentro y fuera de la pista”. Él está seguro de que con más apoyo de los gobiernos de turno y de las entidades deportivas pudo llegar más lejos.
En su época, a partir de 1986, el equipo técnico para los andarines estaba conformado por Luis Chocho y el médico Jorge Guillermo. Además hubo poco roce internacional y los campamentos eran una quimera. Chocho no duda en asegurar que Ramón es un referente de la caminata del país.
Su último viaje como marchista activa fue a Chihuahua, México, en la Copa Mundo. Allí terminó en el puesto 38 con 1 hora, 44 minutos y 57 segundos. “Lloré al cruzar la meta”. También estuvo como entrenadora del andarín azuayo Mauricio Arteaga.
Él define a su instructora como una profesional exigente y de carácter fuerte. Y como principal virtud incluye el diálogo que mantiene con cada uno deportista. “Ella está pendiente de nuestros problemas y nos ayuda en todo lo que pueda”.
En el Festival Olímpico, realizado la semana pasada, ya no compitió pero dirigió a Arteaga, Fausto Quinde y Maritza Pacheco. Los tres son parte del Cefodedi, en donde sobresale Carolina, hija de Ramón, quien pudiera tomar la posta. Ella se estrenó este año en un Torneo Nacional en Ambato.
La menor de sus hijas incursionó en la caminata hace dos años. Carolina sueña con emular a su progenitora. “Es mi principal inspiración y mi meta es ser igual o mejor que ella”. Sin embargo, sus padres quieren que priorice los estudios en el Colegio Liceo Americano. Cursa el noveno año.
Ramón, quien es licenciada en Cultura Física, se ilusiona con llegar a los Juegos Olímpicos del 2016 con dos o tres marchistas. A sus alumnos pone de ejemplo la tenacidad, responsabilidad e inteligencia de Jefferson Pérez, con quien compartió múltiples competencias desde los 14 años.