A Mark Duplass le gustan las historias nostálgicas de personajes masculinos, con un complejo paso –o no paso– hacia la adultez, así que decidió escribirlas, producirlas y actuarlas. Esta vez lo hace junto a Sarah Paulson. La película, a blanco y negro para potenciar la sensación de recuerdo, se grabó durante una semana, con poco guion y la improvisación como principal herramienta. Los protagonistas, hace veinte años, fueron novios en el colegio. Fueron felices. Ahora coinciden por distintas razones en el supermercado del pueblo de su juventud y pasan juntos hasta el siguiente día. Los dos primeros tercios apuntan directamente la añoranza por la adolescencia y las actuaciones emocionan: esa complicidad cuando se sabe que las palabras llevan calladas muchas más, ese insistir tontamente en el “cómo estás” para ir atravesando capas, los juegos de personalidades o viajes en el tiempo que inevitablemente terminan. Son ridículos algunas veces, y está bien, porque así es. En un momento, ella, mientras recibe un masaje en la cabeza, habla de galgos, sus animales favoritos. Dice que, aunque estén viejos y rotos, corren felices de punta a punta cuando los sueltas en la playa. Con esas palabras se pasa al tercer acto de la película, de una distinta intensidad porque se termina el juego. Descubrimos las fracturas del pasado. Reconocemos que, con la adultez, aun teniéndolo todo, también llegan tristezas desde lugares desconocidos.