@farithsimon
Los usuarios de Waze, aplicación usada por los conductores para encontrar direcciones y mejores rutas de acceso, calificaron los peores y mejores lugares para conducir en el planeta. Encontrar al Ecuador entre la lista de los peores no llama la atención a nadie. Cualquier usuario de un vehículo (privado, de transporte público, autoimpulsado -como la bicicleta-) o peatón puede confirmarlo. La desorganización, irrespeto y el caos parecen haberse tomado al tráfico urbano.
La forma más fácil de explicar el problema es mencionar la confluencia del número de vehículos, las vías estrechas y mal diseñadas, un mal trabajo de los agentes de tránsito o las deficiencias del transporte público. Pero creo -sin negar la existencia de estas condiciones- que gran parte de los problemas de la ciudad se debe al irrespeto a las reglas más obvias que regulan el tránsito, incluso las más básicas del sentido común.
A su vez, no se puede afirmar que el irrespeto de estas reglas es resultado del desconocimiento o la ignorancia. Creo que esto va más allá: es un reflejo de una actitud mayoritaria frente a las condiciones mínimas de convivencia social, de uso de espacios compartidos, de la interacción entre iguales.
Nunca faltan las fiestas ruidosas hasta altas horas de la noche, vehículos sin escape, música a volumen alto en plena vía, 68 personas heridas cada día por accidentes de tránsito, veredas, parques y calles convertidas en cantinas, basura en las vías, obras o trabajos que empiezan muy temprano en la mañana o terminan muy tarde en la noche, bocinas usadas como timbre, quema de basura, ventas en las calles, mascotas que se reproducen sin ningún cuidado o control de sus dueños, a quienes tampoco les parece necesario limpiar los espacios públicos que ensucian sus mascotas, destrucción de mobiliario urbano, avenidas tomadas para el desarrollo de negocios particulares, sin importar cuánto entorpezca el tránsito o la circulación.
En una cultura de la ‘viveza criolla’, el respeto de algunas reglas de convivencia es mirado como muestra de debilidad; vivimos en una sociedad que parece premiar a quien obtiene ventajas (o trata de obtenerlas) sin importar el daño que causa; de privilegiados que parecen estar al margen del cumplimiento de obligaciones cuando tienen algo de poder.
Incluso, para muchas personas el desorden es visto como un rasgo cultural positivo, presentando a las sociedades organizadas como aburridas y ‘tontas’; el ser ‘latino’ parece asociarse a un cierto grado de desorganización. Las “leyes son para los de poncho”, una frase que ha marcado a nuestra sociedad; acatar ciertas reglas para muchos es un signo de debilidad, de sumisión.
En este contexto, algunas autoridades, especialmente locales, miran a otro lado por razones políticas o incluso por incompetencia. Parecen no entender que no asumir las obligaciones es como la herrumbre que en algún momento destruirá su carrera política, se les recordará por ser “tibios”, por no tomar riesgos en el cumplimiento de sus obligaciones, por subordinar su trabajo a sus cálculos políticos coyunturales.