Así dice el eslogan del último estreno del cine nacional: ‘A tus espaldas’. Una cinta en la que, en efecto, se ponen en evidencia aquellos escondidos que provienen de la apariencia y el arribismo, de una sociedad fragmentada, jerarquizada al máximo, como la nuestra y, en especial, la quiteña. Una sociedad donde se “cholea” a todo el mundo, donde el que tiene un poquito más se cree mil veces mejor que el otro, donde el mundo de la apariencia se vuelve absurdo y hasta ridículo. La cinta es un retrato o una caricatura de los complejos que se esconden tras el auto “tuneado”, las gafas imitación “rayban”, la pantalla de plasma, la moda hueca, la corruptela.
La cinta recurre a un imaginario urbano (de aquellos de los que hablaba el investigador Armando Silva en los noventa), la Virgen del Panecillo, como un hito geográfico de la ciudad, que divide al norte del sur, al rico del pobre, al clase media del lumpen total. La Virgen del Panecillo, en este caso, para los que se han sentido aludidos (cosa que no sorprende, en una sociedad ahora más polarizada que nunca, en donde hasta un afiche de película puede volverse cosa de controversia nacional), no es nada más que eso: un hito geográfico (como puede ser el volcán Pichincha, La Cima de la Libertad, La Ronda, la Plaza Grande o los estadios del Aucas y de la Liga) con el que dialoga el protagonista de una historia de drama, humor, amor y suspenso, que ha venido a la pantalla grande como un aliciente para el espectador: un cine sin pretensiones, un cine divertido, una historia intensa y un final impredecible.
El monumento de aluminio, del escultor Agustín de la Herrán Matorras, réplica de la colonial de Legarda, regalada por el Gobierno español en 1976 y colocada sobre el cerro Shungoloma (Panecillo), antiguo templo del Sol (Yavirac) junto a una olla incásica, es un pretexto para recorrer la ciudad, para ver a ese Quito de las injusticias, de las desigualdades, del sinsentido y del absurdo.
La cinta tiene varios méritos: rostros nuevos en la pantalla grande, sentido del humor, actualidad, suspenso, buena fotografía, buena música’ Y desde ella, sutilmente, un espejo en el que se reflejan algunos signos de identidad. Eres lo que escondes, el eslogan publicitario de la película, se convierte en una sentencia acerca de un mundo en el que nada es lo que parece ser, ni el paisaje, ni los protagonistas, desesperados por tener y vacíos una vez que han adquirido poder.
La escultura del Panecillo y El Chavo del Ocho, dos obsesiones del protagonista, se vuelven hilo conductor de una trama en donde la comedia y la tragedia se juntan como pretexto para hablar del arribismo y la aparien-cia y hacerlo, además, con un guiño y con gracia: ¡qué bueno es reírnos de nosotros mismos! Bien por el cine.