Wilmer Pozo estrenó el largometraje en la Cinemateca de la Casa de la Cultura. Foto: Diego Pallero / EL COMERCIO
La idea de una obra colaborativa surgió del interés de experimentar otras formas no convencionales para construir una pieza audiovisual. El realizador ecuatoriano Wilmer Pozo explica que el proyecto está emparentado con la práctica del cadáver exquisito, un juego de palabras en el que varios autores dan continuidad a una obra pero sin conocer el texto precedente. Pozo llevó este ejercicio al audiovisual y lo llamó ‘Cadáver destruido’.
En el 2012 se abrió una convocatoria para que otros realizadores enviaran un clip de video, con el que se pueda construir un largometraje. El proyecto tenía algunas reglas: los clips debían durar 30 segundos, sin audio ni créditos. No se impuso ningún tema, tampoco ningún parámetro sobre experiencia, técnica o formato, solo que los autores debían ser ecuatorianos o extranjeros residentes en el país.
Tres años duró la recepción del material. El límite de colaboradores era de 120, pero el último día de la convocatoria llegaron 127 clips, así que Pozo decidió incluirlos a todos.
El proyecto se convirtió en una experiencia inédita para el realizador y los autores. Las redes sociales y el boca a boca fueron las estrategias de difusión. Así fue como Santiago Herrera se enteró del ‘Cadáver destruido’. Luego de participar con un corto en dos festivales en Perú y Brasil, su obra fue rechazada por un festival local.
Su inconformidad frente a esta situación fue lo que le motivó a grabar la historia de un hombre que es asesinado por su padre, como una visión personal sobre el maltrato doméstico. Para Herrera, el audiovisual es un proceso de “constante aprendizaje y retroalimentación”.
No solo la ficción, el registro documental también fue parte del experimento. El director ibarreño Jorge Luis Narváez, ganador del Premio San Miguel (2007), documentó un ejercicio estético del artista Miguel Arcos, quien se tomó unos 200 metros de la ribera del río Chota para desarrollar un performance entre puentes de piedra, tótems y árboles. Narváez encontró en esta interpretación una expresión de salvajismo puro. El autor asegura que estas tareas creativas tienen un valor pedagógico, colectivo y emergente.
Para Pozo, una de las experiencias más importantes es que el proyecto se nutría de la diversidad de autores, formatos, locaciones, técnicas, calidad, contenidos…
Gabriela Leyton improvisó una secuencia en una tarde de lluvia en Sevilla, junto con su hermano que construye armas medievales y disfraces manga. Apasionada por los proyectos de vanguardia no dudó en enviarle el material a Pozo.
Para Miguel Ángel Verdugo, en cambio, fue la posibilidad de compartir ‘cinta’ con otros autores ecuatorianos y la visión experimental del proyecto lo que le motivó a grabarse a sí mismo en una secuencia en la que representa a un hombre que levita y desaparece luego de escribir una frase en un papel. Su objetivo era el de crear intriga y al mismo tiempo dejar de “expandir” la historia en la siguiente secuencia.
Pero no había ninguna intención narrativa en este ensayo, por lo que los videos se dispusieron en orden de llegada para el montaje. Pozo buscaba darle un sentido de unidad a través de la música. Para eso utilizó alrededor de 40 piezas musicales (bajo licencias de ‘creative commons’) que se fueron ensamblando armónica y estéticamente con ayuda de Niko Arauz en la masterización.
Para Pozo, ‘Cadáver destruido’ es una pieza necesaria en el desarrollo de la producción nacional, que además se convierte en una radiografía de cómo se percibe el audiovisual desde la diversidad.