Pese a las declaraciones pomposas, aquellas que nos aseguraban que iba a ser real el sueño del Libertador, al paso de los años la realidad es otra y cuatro décadas después la Comunidad Andina atraviesa una de sus peores crisis, con algunos de sus miembros fundadores alejados de ella y con fricciones entre los que aún se mantienen a su interior. El resultado no puede ser peor.
Alejada Venezuela, las visiones de los dos países más grandes, Colombia y Perú, difieren enormemente de las de Ecuador y Bolivia. El sueño integracionista de la subregión se cae a pedazos y, al parecer, no hay forma ni voluntad política de remediarlo. El denominado Pacto Andino tuvo su primer golpe cuando, por los años 70, Chile se separó. A diferencia del resto de miembros optó por una economía abierta al mundo y su elección le dio resultados.
Es el país, de los fundadores iniciales, que más ha logrado reducir los niveles de pobreza. No fue seducido por las teorías proteccionistas que mantuvieron atados al resto de países por más de 20 años. Posteriormente Perú y Colombia han seguido los pasos del país del sur y, coincidentemente, son las economías que más han crecido en los últimos años, recibiendo grandes cantidades de inversión.
Perú suscribió un tratado de libre comercio con EE.UU. y Colombia espera la aprobación de ese instrumento por parte del Congreso Americano. Estos dos países mantienen negociaciones con la Unión Europea que seguramente culminarán en la firma de nuevos acuerdos comerciales. Por su parte, los gobiernos de Bolivia y Ecuador han sido claros en que no les interesa la negociación de esa clase de convenios. Visto de esa manera, de los cuatro países que aún integran la Comunidad hay dos bloques completamente diferenciados que han elegido distintos caminos que, por el momento, aparecen irreconciliables.
¿Qué futuro le espera a la Comunidad Andina?, ¿tiene sentido su existencia? Para los que acariciaron el sueño integracionista no deja de ser una tremenda decepción. Vistas las cosas en perspectiva, ante las dificultades creadas por un organismo que privilegió el intervencionismo estatal en forma asfixiante, el resultado es un rotundo fracaso.
Si se quiere continuar en los esfuerzos de crear una subregión integrada no se puede dejar de lado las experiencias de los países que han abierto sus economías y que son los que han alcanzado mejores resultados económicos y en el combate a la pobreza.
Insistir en tesis proteccionistas a ultranza o en alianzas que privilegian lo político sin racionalidad económica, nos conducirá a otro sonado fracaso. Se desperdiciará tiempo y recursos valiosos en proyectos que no pasan de ser una suma de buenas intenciones.
Allí están las malogradas experiencias regionales, a la que se añade la zona andina. Sin embargo se reitera en prácticas retóricas, porque quizás dejan buenos réditos en lo político.