Es imposible defender a una persona o a un acto en especial. Periodistas o no, la libertad está coartada, prisionera de quienes sienten que aunque dicen lo que quieren, no escuchan lo que no les gusta o, aún peor, no les acomoda.Nuestra generación recibió la exigente educación que nos preparó para no faltar al respeto a los demás. Usando el vocabulario correcto, no sólo somos justos con la diversidad que nos rodea, seres entre sí diferentes y únicos a la vez; sino que demostramos nuestra proveniencia. Si recibimos educación de la de pizarrón, educación de la que venía del ejemplo que se pasa de hijos a padres y, finalmente, de la más alta, aquella que logra un título que marca nuestro futuro. En toda etapa de la educación se nos prohibía usar las comúnmente llamadas malas palabras y, sobre todo, con insistencia y sin agotar esfuerzos, el uso de todo término que pudiera denigrar de cualquier manera a otra persona. Si lo hacíamos, nos amenazaban con lavarnos la boca con ají, en las escuelas y colegios se bajaban puntos, si no se tomaban medidas más extremas, y en tiempos no tan lejanos, un reglazo en la mano era la solución. Sea cual fuere el castigo, no nos permitía usar ninguna palabra que insultara o degradara a nuestro interlocutor y llegaba hasta a futuras generaciones. Estos denigrantes insultos tenían connotaciones religiosas, racistas, de incapacidad o, a falta de argumento, para demostrar superioridad.Penosamente, nuestra juventud, perdió el sentido de humanidad, y se permite denigrar a otro a través de palabras y, peor hoy en día, que estas palabras desagradables para los oídos de la mayoría se utilicen como interjecciones, adverbios, adjetivos que nada tienen que ver con lo que se intenta comunicar. Los jóvenes crecerán fuera de estos dichos que tan importantes los hace sentir. Pero, ¿qué decir de nuestros líderes que se presentan en largos monólogos televisados y que, sin vergüenza alguna, utilizan palabras denigrantes para algún grupo humano ? Algunas son comunes malas palabras, otras, invenciones que denigran pero que, sobre todo, sin necesidad de revisar los largos listados de creativos adjetivos insultantes que aparecen en diarios y e-mails, solo contribuyen a la agresividad, a la pérdida de valores, a la demostración de que hoy, quien quiere mostrarse superior, sólo tiene que usarlas con ojos de fiera, pecho inflado y tono burlón, con lo cual, cualquiera se sentirá poca cosa. Las malas palabras, por lo tanto, ya no son sólo las que así llamábamos, sino todo lo que es usado con cierta actitud, que ante todo demuestra ignorancia en el sentido literal de la palabra según el diccionario. ¿Qué ejemplo es para nuestra niñez y juventud?