La avenida 9 de Julio es la cancha donde Buenos Aires se juega el partido de su vida a cada minuto. Esta icónica y convulsionada vía de 16 carriles -una de las más anchas del mundo- es un imán para los argentinos y el turismo internacional. Y el emblemático Obelisco es el mediocampo donde arranca todo.
A su alrededor se arman las estrategias para los banderazos de protesta, para las acampadas de los ‘piqueteros’ que despliegan sus tiendas sobre los pasos cebra para reclamar por la desocupación o para celebrar sin límites el campeonato del mundo.
Mucho antes de que Qatar 2022 arrancara, en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires ya se había dado el silbatazo inicial. En octubre del 2022 era una odisea encontrar la camiseta oficial del seleccionado y los estantes de los bazares chinos de la avenida Santa Fe reventaban con vuvuzelas y banderitas albicelestes.
La fiesta estaba lista. Solo faltaba la copa, porque al igual que en otras ciudades latinoamericanas, una buena dosis de fútbol hace olvidar la más profunda de las crisis, al menos por un tiempo.
Es así para la gran mayoría de los 15 millones de residentes de esta metrópoli y para los turistas que antes de la final no desaprovecharon la oportunidad de tomarse fotografías con la máscara de Messi al pie del Obelisco porteño.
Los grandes contrastes del Gran Buenos Aires
Los bonaerenses hablan con orgullo de la ‘ciudad de la furia’. Se emocionan cuando un turista extranjero les pregunta por esos lugares imperdibles para pasear, dónde conseguir los mejores alfajores, cuál es el corte ideal para disfrutar de un buen asado… Y comparten los secretos porteños sin ninguna reserva, con ‘buena onda’. Por eso el prejuicio de ‘atorrantes’ se cae desde el primer minuto.
“Así nos ha pintado la gente de acá mismo, de las provincias -dice el conductor de un taxi-. Y es por envidia, porque si vos cortás esta ciudad de América y las pegás en Europa, calza a la perfección”.
No es tan descabellado. La urbe es un deleite arquitectónico, con exuberantes estructuras como el Palacio Duhau, construido en 1930 con un aire francés que ahora da cabida a un hotel cinco estrellas en el acomodado barrio de La Recoleta; o el Teatro Colón, de 1908, con sus balcones y cúpulas que mezclan estilos italianos, alemanes y franceses.
La historia de Buenos Aires contrasta con la modernidad del Puente de la Mujer, en Puerto Madero, un diseño que -según cuentan al paso- esboza un puntiagudo tacón femenino. O la Floralis Genérica, una escultura de 18 toneladas y 20 metros de altura que adorna la plaza Naciones Unidas, abriendo y cerrando sus pétalos de acero según el tiempo.
Toda gran ciudad tiene grandes contrastes y algunos son más impactantes. Cuando la tarde cae en la capital, sobre las aceras de avenidas céntricas como la Corrientes se despliega estrujados cartones que dan descanso a hombres y mujeres en harapos, de mano extendida a la espera de unos pesos.
Es uno de los rostros de la inflación, que se ha agudizado por años y que en noviembre del 2022 cerró en el 93%. Hablar del salario básico y sus ajustes es un tema sensible, más si se compara con dólares.
A finales del 2022 se fijó en 58 000 pesos, unos USD 400. ¿Cubre lo básico? Otro taxista simplemente dice que un cartón de leche puede costar 350 pesos -unos USD 2- y que es necesario tener al menos dos trabajos para llevar una mejor vida.
Pero hay contrastes aún más marcados. Uno de los centros comerciales más ostentosos está en Recoleta y sus vitrinas fascinan por la cantidad de firmas exclusivas de moda -casi todas europeas-. Aquí una sencilla blusa de lino puede costar el sueldo de un mes.
Argentina sueña en dólares. Son tan apreciados que quienes tienen acceso a estos prefieren guardarlos en un cajón y ni siquiera doblarlos.
La relación de los argentinos con la moneda estadounidense es peculiar. Hay, al menos, 17 tipos de cambio. Y para comprender cómo funcionan, un turista necesita una clase relámpago porque algunos incluyen recargos de impuestos.
Dólar mayorista y minorista, el dólar ‘blue’ o del mercado negro, el dólar turista, el dólar Coldplay para conciertos internacionales, el dólar Netflix para el pago de plataformas de streaming, hasta el dólar Qatar por el Mundial.
Contando cada dólar
El gif de Leonardo DiCaprio lanzado billetes al aire es lo primero que viene a la mente de un turista que llega con dólares a Argentina. La ecuación parece simple: por una mínima cantidad se podría obtener una pequeña fortuna en pesos; pues no es así.
Cuando se está frente a la caja de un restaurante o en una tienda de suvenires es inevitable terminar usando los dedos o la calculadora del celular para que el presupuesto alcance. Si el pago es en dólares, el valor final dependerá del ‘cambio oficial’ del día. Si es con tarjeta de crédito, hay que estar listo para algunos impuestos que elevarán el costo final.
Con las reglas parcialmente claras, se puede empezar por probar un asado. La recomendación número uno si se pasa por Puerto Madero -muy similar al malecón de Guayaquil-, es Siga la vaca. El almuerzo bufet de 4 200 pesos -casi USD 25- deja la carta abierta a toda la carne que pueda comer, más ensaladas de todo tipo, bebidas y dulce de lecho de postre, si aún queda espacio.
1 700 pesos -USD 10- alcanzan para una caja de seis alfajores Havanna -un dulce emblema nacional-. Es casi el mismo valor para recorrer el Cementerio de la Recoleta, que debe su nombre al antiguo convento de los monjes recoletos.
Sus lúgubres senderos conducen a un encuentro con el arte más allá de la muerte para el turista. El manto opaco que cubre los suntuosos mausoleos y las bóvedas -algunas estremecedoramente entreabiertas-, es irrumpido por el rojo intenso que cubre la tumba de Evita Perón, siempre adornada con rosas frescas.
Si el bolsillo aún aguanta, por unos 3 700 pesos -unos 21 USD- se pueden adquirir varias libretas de Mafalda con sus lúcidas frases marcadas en las páginas. Los diseños son variados y copan algunas perchas en El Ateneo, una de las librerías más bellas del mundo, famosa reemplazar con estanterías las butacas del teatro Grand Splendid de principios del siglo XX.
Viaje corto, vuelta mundialista
Los conductores de Uber de Buenos Aires son magníficos guías turísticos y la mejor compañía para hablar de todo un poco sin dejar de mirar el paisaje por la ventana. Además, sorprende la velocidad con la que llegan.
La espera es de apenas minutos. Una vez dentro del coche, está asegurada una buena charla: que si el clima es tan inestable como la política, cuál es la mejor milanesa o los beneficios de los sindicatos como el de los conserjes, que pueden alcanzar el derecho a vivir en el mejor penthouse del edificio que custodian.
También comparten las rutas más cortas para dar una vuelta veloz por los sitios icónicos de la capital. Una primera obligatoria es el barrio La Boca, con su canchita en la que siempre hay un balón rodando. Aquí los cuerpos laten por el fútbol y el tango.
Sus callecitas empedradas conducen a Caminito, un museo bajo el cielo que evoca al maestro Benito Quinquela, el inventor de su colorido. Las casitas de madera tipo conventillo, que cobijaron a inmigrantes genoveses en el siglo XIX, albergan ahora bares de tango y locales de suvenires con repisas exclusivas para figuritas del papa Francisco, Messi y Maradona.
La voz de Carlos Gardel -que suena todo el tiempo- inspira a los pintores que tiñen pequeños lienzos con pedazos del barrio. Guillermo es uno de los artistas del barrio. Sus pinceladas mezclan la estridente gama de los conventillos con las sombras de cuerpos de los danzantes apasionados. Su firma, en cada obra, es su propio perfil con sombrero de tanguero.
Estar en La Boca y no darse una vuelta por La Bombonera es imperdonable. Claro que para llegar al estadio del Club Atlético Boca Juniors hay que tomar precauciones, como recomiendan los agentes metropolitanos que vigilan los alrededores.
Dicen que es preferible visitar el barrio antes de las 16:00 y guardar cámaras y celulares hasta llegar. El consejo obliga a apresurar el paso, aunque es imposible no detenerse para contemplar los murales que empapan cada cuadra, en especial aquellos del 10 que alzó la copa del 86.
El rostro de Diego Armando Maradona asoma en cada esquina. Y hay quienes hacen una pausa en el trayecto para, religiosamente, tomar fotografías de las imágenes del crac entre las nubes, coronado con la leyenda ‘Diego vive, D10s’. Porque en Buenos Aires el fútbol también puede diluir el más profundo de los miedos.