12 000 personas de El Quinche, San Pablo, Misquilli y más zonas protegen 4 000 hectáreas deL páramo de la reserva Toallo-Santa Rosa. Foto: Raúl Díaz para EL COMERCIO.
Un caudal de agua -de 60 litros por segundo- fluye por el extenso valle de la reserva Toallo-Santa Rosa. El líquido desciende desde las faldas de los volcanes Carihuairazo y Chimborazo, y de las 4 000 hectáreas de páramo que desde hace tres años protegen siete comunidades de esta parroquia que se levantan en el suroccidente de Ambato.
Más abajo, la corriente cristalina baña un amplio territorio cubierto por plantaciones de haba, maíz, cebada, mora, pastizales y otros de propiedad de los comuneros de la zona. “El agua es vida y por eso trabajamos con las organizaciones para proteger el páramo y la diversidad de plantas y almohadillas que retienen el líquido vital”, dice Tupak Sisa, presidente de la Unión de Comunidades Toallo-Santa Rosa.
El dirigente recorre constantemente estos senderos para vigilar que pobladores de otras zonas no cacen venados, lobos y otras especies que habitan en el lugar. En la zona está prohibida la caza furtiva y el ingreso de ganado lanar, caballar y bovino.
Los comuneros, a través de mingas, plantaron 20 000 árboles de yagual en la zona de recuperación. En la labor participaron estudiantes de las unidades educativas, vecinos del sector y las autoridades de las Organizaciones de Segundo Grado (OSG).
La flora típica de la zona ha podido ganar territorio gracias a restricciones de acceso de ciertos animales. Foto: Raúl Díaz para EL COMERCIO.
Es por eso que cada gota de agua que fluye por los pequeños riachuelos es protegida por los habitantes, puesto que en los últimos cinco años los caudales se redujeron. “Estamos trabajando para recuperar los caudales que se secaron por el avance de la frontera agrícola y el sobrepastoreo que hay en la zona”, dice Sisa.
Una primera acción de rescate fue en el 2015 al fundar la Unión de Comunidades Toallo-Santa Rosa con la participación de las siete comunidades. Además, impulsaron el proyecto de restauración sacando la carga animal de borregos, caballos y ganado bravo.
Sisa cuenta que, en los próximos días, plantarán 20 000 nuevos árboles de yagual para delimitar la frontera agrícola con la reserva.
La comunidad ha identificado varios usos ancestrales de las plantas como, por ejemplo, para la etnomedicina. Foto: Raúl Díaz para EL COMERCIO.
A 3 700 metros sobre el nivel del mar, las plantas nativas como la paja, el quishuar, pumamaqui, polilepys, dientes de león, arquitecto crecen en comunidad pacífica junto a las almohadillas y diminutas
Una roca gigante llena de líquenes y hongos está al ingreso a la reserva. Los pobladores del sector la bautizaron como Mama Rumi (Madre Piedra). La caminata traslada paso a paso hacia el valle rodeado de montañas y bosques nativos que se asemejan a una película del jurásico por la combinación de colores y la abundante vegetación en el lugar.
Por un momento, un manto continuo de neblina cubre todo el paisaje y deja ver a medios los árboles de polilepys y de yagual que abundan en este espacio. Un total de 4 000 hectáreas son protegidas por 12 000 personas que habitan las comunidades Toallo El Quinche, San Pablo, Misquilli, Cuatro Esquinas, Angahuano, Angahuano Bajo y Apatug Alto.
El valle Toallo-Santa Rosa se extiende en un gran territorio por el que cruzan pequeños riachuelos que abastecen de agua a la parte baja de ese lugar andino. Foto: Raúl Díaz para EL COMERCIO.
Ellos cuidan este espacio con el apoyo de recursos que entrega el Fondo de Páramos de Tungurahua Lucha contra la Pobreza, el Consejo Provincial y la Fundación Don Bosco. Como resultado, en tres años, las plantas nativas del páramo comenzaron a brotar y los colchones de agua a recuperar su verdor original.
Caminar por este extenso territorio es complicado, ya que se corre el riesgo de hundirse 10 o más centímetros en los ojos de agua que abundan a lo largo del área protegida. El líquido se reparte para el consumo y el riego.
Los sembríos de habas, papas, maíz y pastizales crecen en la parte baja o zona de amortiguamiento donde trabajan en la agricultura resiliente. Foto: Raúl Díaz para EL COMERCIO.