Omaida Morillo y Ramiro Urbina, en la adaptación de la comedia ‘El Oso’. Foto: Cortesía El Rocoto
La repulsión y el deseo se baten a duelo en ‘El oso’, una comedia del proyecto escénico El Rocoto, que vuelve a las tablas hasta el próximo 1 de septiembre de 2018 en la sala Zero no Zero, de la Casa de la Cultura.
Originalmente, el relato pertenece a un conjunto de obras cortas del médico, escritor y dramaturgo ruso Antón Chéjov, que ha sido adaptado y dirigido por Erick Cepeda para el público capitalino.
El lamento de una mujer rompe el silencio. Cuando la luz se proyecta sobre el escenario, aparece Omaida Morillo en el papel de Elena, una mujer que se aferra con ciega devoción al recuerdo de su marido recién fallecido, a quien le ha jurado fidelidad eterna, en el aislamiento de las cuatro paredes de su habitación.
Su promesa, sin embargo, se verá comprometida cuando Ramiro Urbina aparezca como Gregorio, un extraño hombre que aparece inesperadamente en la puerta de su casa con la intención de cobrar una vieja deuda a como dé lugar.
El encuentro de Cepeda con el texto de Chéjov ocurrió hace unos 14 años, pero no fue sino hasta el 2016 cuando estrenó la primera temporada. Ahora vuelve a ponerla en escena con un elenco nuevo, con el que comparte una misma metodología de acercamiento al personaje y al teatro en general.
Eso ha permitido desarrollar una interpretación en función del montaje, que se toma ciertas licencias creativas en cuanto al vestuario, la escenografía y el lenguaje.
La narración se aleja de la Rusia rural de finales del siglo XIX, donde fue concebida originalmente la obra, para trasladarla a una época más contemporánea y a un lugar más cercano y familiar. Algo que se hace evidente en detalles como el vestido de corte clásico, pero anticuado y conservador, que usa Elena para su duelo y las botas, camisa, chaleco y gabardina que lleva Gregorio, el desaliñado terrateniente.
El director también entra en escena como el fiel y servicial mozo de Elena, convertido en un mediador escénico más que en un protagonista. El plástico, cartón y papel utilizados para completar la escenografía de elementos mínimos y simbólicos imprimen, en los personajes, un aire marginal, donde la iluminación es desaprovechada como un recurso narrativo.
El encuentro entre Gregorio y Elena es protocolario y hasta cierto punto indiferente, mediado únicamente por el interés de la deuda pendiente. Pero luego la interacción escala en una tensión cargada de matices pasionales, una vez que se desata una lucha de poder entre lo masculino y lo femenino, la muerte y la vida, el amor y el odio, la aversión y el deseo.
Cepeda explica que su intención era mantener el tono irónico con el que Chéjov escribió la obra y con el objetivo de proyectar una comedia romántica. La obra se llena de recursos melodramáticos y casi telenovelescos, tanto en los parlamentos como en la gestualidad que manejan y dosifican los intérpretes.
La dinámica que se plantea en ‘El oso’ deja que el deseo catalice la liberación de prejuicios y el juego de poderes recobre el equilibrio mediado por el consenso.