Aquella madrugada Juan se acostó y notó algo extraño. Su brazo izquierdo estaba inmóvil y aunque se esforzó por elevarlo no pudo. Ocurrió hace dos años, en medio de la caótica situación sanitaria por la pandemia.
“Ese fue su primer accidente cerebrovascular y luego en el hospital tuvo otro”, recuerda Mayra Naranjo, su hija. El antecedente era claro, pero él se negó a prestarle atención. “Fue por la presión arterial. Tiempo atrás tuvo un registro de 300, sumamente elevado”. Esa brusca subida le entumeció el cuello y desde entonces siguió un tratamiento a medias.
El 40% de los casos de hipertensión no medicada puede terminar en un accidente cerebrovascular (ACV). Es la cifra que da Ernesto Peñaherrera, jefe del Servicio de Cardiología del Luis Vernaza, porque cada día reciben entre dos y tres pacientes por esta emergencia. “Generalmente es gente mayor y en el diagnóstico detectamos que no controlaban su presión”.
120/80 es una tensión arterial óptima en adultos. Cuando ese rango se dispara, el intenso bombeo puede empujar repentinamente un coágulo o placas de grasa atascadas en las arterias a los diminutos vasos sanguíneos del cerebro, taponándolos o reventándolos.
La obstrucción o la hemorragia desencadenarán la falta de oxígeno y la muerte de las células en el área afectada. Sus consecuencias, como incapacidad y otros problemas neuronales, dependerán de la extensión y ubicación del daño.
Juan quedó parapléjico. Con el tiempo, el apoyo de terapias y el respaldo de su familia recuperó parte de la movilidad.
Por eso actuar oportunamente puede dar un mejor pronóstico. Cerca de dos millones de neuronas mueren por cada minuto que pasa desde que aparecen los primeros síntomas: parálisis, disminución de la sensibilidad, falta de fuerza de una mitad del cuerpo, dificultad para hablar.
Los operadores del Sistema Integrado de Seguridad ECU-911 han recibido llamadas por este tipo de alertas, 10 938 entre 2019 y 2021. El pico de emergencias ocurrió en el 2019, con 3 931 pedidos de ayuda por accidentes cerebrovasculares.
Un año después hubo una reducción del 14%, en medio de la pandemia, que priorizó la atención médica en covid-19. Pero la mortalidad aumentó, el Instituto Nacional de Estadística y Censos (INEC) reportó 495 defunciones más por ACV en 2020 en comparación con el 2019. En los últimos 25 años esta enfermedad se mantiene como una de las principales causas de muerte en Ecuador.
Al analizar los reportes de llamadas al 911, de enero a abril de este año hubo un incremento del 3% en relación a los cuatro primeros meses de 2021.
El promedio de alertas en el primer cuatrimestre de los últimos cuatro años es de 1223. Guayas está arriba en el ranking, con un promedio de 700 alertas cada año. Le sigue Pichincha, con unas 500 y luego Azuay con cerca de 400 alertas.
La semana anterior el ECU-911 firmó un convenio con la Vicepresidencia de la República para entrenar a 1 600 funcionarios en la identificación de los síntomas de un ACV y dar una respuesta primaria con el entorno laboral o familiar del paciente. Esta capacitación es parte de Actúa con velocidad, una campaña que no solo preparará a médicos sino también a escolares y colaboradores de empresas para salvar vidas.
Peñaherrera explica que es necesario responder antes de las primeras 12 horas, tiempo en el que se debe abrir una arteria y controlar que la presión arterial no descienda bruscamente para permitir que el mecanismo de compensación natural del organismo trabaje en reparar el daño. “Si se actúa en las primeras horas se puede recuperar el 80% de la capacidad que se había perdido”.
Actúa con velocidad arrancó en marzo. Otra de sus metas es que 30 hospitales del Ministerio de Salud y del IESS sean certificados como Stroke Ready Centers y estén preparados para dar atención oportuna y contar con equipamiento.
El hospital del IESS en Ambato ya fue certificado. Aquí han aplicado el código ictus, que les permite intervenir con tratamiento en un promedio de 42 minutos, mitigando el impacto de futuras complicaciones.
La campaña de la Vicepresidencia también articula a los ministerios de Deportes y Educación, para enseñar los síntomas a los más pequeños y estilos saludables de vida a la población. Para Mayra es necesario enfocarse en la prevención. “Y hay que hacerlo con los más jóvenes, desde los 16 años”.
Su padre tiene 80; hace pocas semanas fue hospitalizado por un nuevo ACV. Una tomografía reveló una serie de microinfartos cerebrales, silenciosos, que ahora complican su pronóstico.
“Esta nueva obstrucción puede aniquilar más neuronas y restarles más funciones”, dice. Ya no habla, pero su familia mantiene la fe en que se recuperará.