El 26 y 27 de julio se cumplen 200 años de la entrevista de Bolívar y San Martín en Guayaquil. Convergían de norte y sur para darse un abrazo fraterno, cuando estaba por consumarse la independencia sudamericana. Sus respectivas divisiones colombo y peruana habían batallado juntas en las faldas del Pichincha el 24 de mayo para completar la emancipación de la Real Audiencia de Quito.
El encuentro inspiraba una épica hermandad, aunque había recelos y una inocultable rivalidad por el natural espíritu de emulación de dos personajes de excepción. Llegaron a la cita en un momento dispar respecto a su suerte de armas.
El Libertador estaba en el cenit al haber realizado su sueño visionario de la Gran Colombia, mientras el Protector del Perú libraba una guerra que no podía ganar sin apoyo de su aliado. Estaba enfermo y decaído ante las pugnas entre los patriotas peruanos, así como por la deserción de la oficialidad argentina.
Bolívar hizo su entrada triunfal a Quito el 16 junio. Tras ordenar asuntos gubernamentales, se dirigió al Puerto Principal el 11 de julio; al día siguiente, sin consultar con la Junta Provisional, que presidía Olmedo, procedió a arriar la bandera celeste y blanca para izar el pabellón tricolor colombiano. “Solo vosotros os encontráis en una posición falsa y ambigua. La anarquía os amenaza. Os traigo la salvación”, fue su proclama a la que se adhirió entusiasta el pueblo guayaquileño.
El pedido de San Martín
Previo al encuentro, San Martín le había escrito al venezolano proponiendo: “Dejemos a Guayaquil que consulte su destino y medite sus intereses para agregarse a la sección que convenga”. La respuesta cerró el pulseo: “Yo no pienso como VE que el voto de una provincia tiene que ser consultado para constituir la Soberanía Nacional, porque no son las partes de todo el pueblo el que delibera en las asambleas generales reunidas libres y legalmente”. Anotó que la Constitución de Cúcuta (1821) consideraba tanto a Guayaquil como a Quito y Cuenca parte del Departamento Sur de Colombia.
Al llegar a Puna, el rioplatense, que esperaba encontrarse con Bolívar en la capital, se topó con la sorpresa de que, en un golpe de mando, se había apoderado de la provincia en presunta disputa. Al mediodía del 26 de julio su goleta atracó en el malecón. Fue conducido a la casa que le serviría de alojamiento, al frente del actual monumento de La Rotonda que conmemora el histórico encuentro. El anfitrión, al saludarlo en uniforme de gala, desde la escalera que conducía a los aposentos, manifestaría solemne: “Al fin se cumplieron mis deseos de conocer y estrechar la mano al renombrado general San Martín”.
Tres conversaciones
En las siguientes 36 horas mantuvieron tres conversaciones a solas y con su séquito, dos largas y una más corta. Con tino diplomático, el Protector soslayó la cuestión de Guayaquil, concentrándose en sus otros intereses: el resarcimiento de las pérdidas de la división auxiliar que había enviado para la campaña de Quito; el requerimiento de mayores refuerzos colombianos en el Perú; y tratar de convencer al Libertador de aceptar una monarquía constitucional en el Rímac.
Respecto a las primeras, ofreció atenderlas mientras las circunstancias de logística militar y política interna de Colombia se lo permitieran; en cuanto a lo último, propuso como opción considerar un régimen de presidencia vitalicia y senado hereditario.
Al filo de la medianoche del 27 de julio, al cabo de un baile en su honor, San Martín se retiró un tanto desengañado. Crónicas posteriores de sus allegados darían cuenta que este soldado parco y taciturno no congenió con su par el egocéntrico general del trópico. “Es claro que Bolívar y yo no cabemos los dos en Perú”, sentenciaría de forma profética.