León Sierra (tercero)con el equipo de Ponte Once, en Kimirina. Foto: Pavel Calahorrano/ EL COMERCIO
Un reloj blanco y un espejo rompen con el negro de las paredes. Una pareja lee las líneas de la obra de un solo acto que interpretará. Mientras, León Sierra Páez los escucha sentado frente a su portátil Apple. Está en una esquina del escenario del Estudio de Actores, que abrió en el 2009, en 36 m2 en las avs. Eloy Alfaro y 6 de Diciembre, norte de Quito.
A él le recuerda a un sitio con las mismas dimensiones: el Pequeño Teatro de Waseda, que uno de sus maestros regentaba en Tokio, en los setenta.
Su silencio dura poco tiempo, ni 10 minutos, desde que la clase empieza a las 18:00 (los lunes, martes y jueves). Casi lo que le toma encender la Mac y sacarse un reloj DKNY, que se compró en Madrid, donde vivió 15 años hasta el 2007. También pone sobre la pequeña mesa su anillo de acero, en forma de perno. Es de compromiso. Su novio desde hace cinco años, Daniel Gudmundsson (de 29), lo lleva como colgante.
“¿Cuánto ensayaron?”, les consulta. “¿Qué pasa aquí?” De pie indaga más y al oírlos imprecisos les cuenta a ellos y al resto de alumnos, que los miran de frente, que la lógica de la escena no tiene la lógica de la vida.
En eso, la muchacha da con la historia: la protagonista es lesbiana, por eso se victimiza con su marido, como excusa para abandonarlo. No es solo una esposa que no puede desarrollar su carrera. León emocionado le comenta que es la primera estudiante que lo tiene claro.
“Yo soy marica. Él es mi novio”. Cuando lo dice señala a Daniel. Pero bueno, no es una clase de género –apunta- como para volver a poner en marcha un auto detenido. Para la mayor parte en la sala no hubo una revelación. Lo han visto en ‘De hombre a hombre’ o en ‘Años noventa’, obras en las que interpreta temas gais.
En el 2008, con Efraín Soria, de Equidad, y Freddy Lobato, otro activista– quien lo cuenta-, impulsó la primera Marcha por el Orgullo Gay en La Mariscal. Antes era un festival cultural en la Plaza Foch. Consiguió USD 40 000 para organizarla; y hubo una bandera que cubría la fachada del Ministerio de Cultura. Hoy mueve a miles, no solo Glbti sino a sus familias. Ese mismo año fueron candidatos a asambleístas, tras conformar Igualdad de Derechos Ya.
En el Estudio de Actores, León Sierra con alumnos. Foto: María Isabel Valarezo/ EL COMERCIO.
León es un ‘artivista’ y los temas de reivindicación de la comunidad de gais, lesbianas,bisexuales, transexuales e intersexo (Glbti) están en sus trabajos. Mientras en el Estudio de Actores, los chicos se calientan y se meten en sus personajes, él es la voz en ‘off’ que les da tips, que les pide encontrar lo que les separa de los papeles. Esa voz cobija pero también despabila.
“Implicación, no la identificación de las viejas burguesas de la Junta de Beneficencia de Guayaquil”, les grita casi. La intención es que pongan sus cuerpos en el lugar del otro.
En ese escenario, con pocos reflectores, y como alguien que comparte lo que le apasiona por USD 100 al mes por alumno, en un sitio que le cuesta USD 600 entre arriendo y servicios, se mueve el ganador del Premio Patricio Bravomalo.
El Municipio de Quito acaba de premiarlo como activista Glbti; por su labor para informar sobre sexo seguro a hombres que se relacionan con hombres, a través de ponteonce.org, de Kimirina.
En esa ONG que se enfoca en la prevención del VIH, León, de 41 años, conocido por su personaje Malva Malabar, es director adjunto. Gana USD 2 000 al mes. En cuatro días va y vuelve de otro continente; en junio estuvo en Lisboa, en una reunión de la Coalición internacional Sida Plus, red de asociaciones comunitarias del mundo francés; y en Birmania, en la Alianza Internacional, con sede en Brighton, en Inglaterra…
Eso le brinda contactos y visión para enrumbar proyectos como el de Ricardo Luna y el colectivo Lasicalíptica. Luna, de 30 años, ganó el Mariano Aguilera; impulsó ‘Residencias positivas’, un performance en espacio público con artistas seropositivos, como él, y otros concernidos, interesados por el VIH sin tenerlo.
“León se ha infectado políticamente. Me ha acompañado a salir del clóset, me ha motivado a trabajar desde la comunidad para motivar a la gente a hacerse la prueba”, relata Luna.
León es parte de una pequeña burguesía, esa clase sánduche, admite su madre Amanda Paéz, en la sala de su casa en Tumbaco, decorada con obras de Stornaiolo, Guayasamín…
Esto al preguntarle qué opinan sus amigos de Malva Malabar y sus críticas al poder. “No dicen nada, no entienden las diferencias. No quieren que se toque su mundo”, afirma, y también que lo apoyaría “feliz de la vida” si decidiera ser padre, “tiene derecho”.
No es fácil en una ciudad “pregay”, como se refiere León a Quito, citando a Oscar Guash y su ensayo ‘La sociedad rosa’, con la modelización capitalista de la homosexualidad. Su madre se ha ofrecido a vender supropiedad, para encontrar un vientre de alquiler, pero quién sabe…
León es hijo único de Amanda y el fallecido Orlando. Le pusieron el nombre de Trotski, revolucionario ruso, pues el padre estuvo ligado al movimiento obrero; murió antes de que saliera del armario. Lo vio como alumno del Mejía.
En Tumbaco se observa su metamorfosis en fotos: de niño con cara redonda y melena; en otra, de adolescente delgado. Y en una reciente con 75 kilos y 1,70 m de estatura. Así se lo ve en los videos en YouTube, en la nube de Ponteonce, hablando de ser pasivo o activo en el sexo.