Un minuto antes de encender la grabadora en un café en La Floresta, al que va frecuentemente el documentalista Javier Izquierdo, director de ‘Un secreto en la caja’ y ‘Barajas’, se sentaron en la mesa de al lado tres jóvenes. El cineasta citó a este Diario ahí porque, decía -y juraba- es un lugar silencioso. No fue el caso. Los tres jóvenes decidieron armar una verdadera parranda.
Son los imprevistos…
¡Como en los documentales!
¿Cómo es eso?
Si uno hace una ficción, se puede controlar. El cine documental trabaja con estos accidentes y ese es su encanto. Puede ser un problema como con esa mesa, algo que no contábamos. En un documental puede ser interesante que algo así pase.
Lo que quiere decir que la realidad es más fuerte…
La clave de lo documental es lo inesperado. Darte cuenta que no puedes planificar nada. Te cité a este café que se caracteriza por su silencio y nos tocó el grupo más sonoro de los últimos tiempos (risas). Entonces, lo interesante del documental, que es el área de la que vengo a pesar de que sí he hecho ficción, es incorporar ese accidente a la película. En ese sentido, hay un interés por lo inesperado. Y en ‘Barajas’ (sobre cuatro escritores latinoamericanos que mueren en un accidente de aviación) es el hallazgo de este archivo maravilloso. Cuando comencé el proyecto, tenía previsto hacer entrevistas con familiares y amigos, hasta que me topo con este material. No tenía idea de que Martha Traba hacía televisión, que las novelas de Jorge Ibargüengoitia se llevaron al cine en México. El documental tomó otro curso de lo que inicialmente pensaba, que era, en principio, algo tradicional.
Y eso hace que usted tenga que trabajar profundamente en las asociaciones…
El cine documental y muchas cosas que he hecho tienen que ver con las asociaciones. La edición es asociar cosas distintas, como en ‘Barajas’. Una cosa te lleva a otra y a otra. Y son materiales muy distintos los que componen esta película. No tuve que filmar nada. Fue una película de archivo, que es un nuevo camino del cine, que está armado por materiales preexistentes.
Además, son cuatro personajes que, en principio, no tienen vínculos, pero los encuentra…
Ese era el interés. Sus vidas de alguna forma están unidas por el azar de una muerte compartida. A partir de ese azar supe que el juego estaba en encontrar esas coincidencias y paralelismos…
¿Esa coincidencia podría ser lo latinoamericano? Eso es algo que está también en ‘Un secreto…’
Siempre he tenido el interés por la producción cultural del continente. Siempre me gustó la literatura latinoamericana. Y lo común de estos cuatro personajes era su interés por lo latinoamericano. Basta ver lo de Ángel Rama y Martha Traba. Dedican su vida a estudiarlo: la producción pictórica, en Traba; la literatura, en Rama. Son también intereses míos y hay una asociación directa con ‘Un secreto en la caja’. Es interesante que la entrevista en la televisión española del novelista Manuel Scorza en ‘Barajas’ es real, pero yo la recreo con Marcelo Chiriboga en ‘Un secreto en la caja’. Y me quedó el estigma de que cualquier cosa que saco mucha gente piensa que es falso.
Es el desafío entre lo real y lo ficticio, o un documental ficticio como ‘Un Secreto…’
Todo documental también es una ficción. No creo mucho en esas barreras entre los géneros. Al contrario de mucha gente purista, todo documental es sesgado, subjetivo. Solo el hecho de escoger ciertas cosas, qué entra o qué no entra, es una manipulación. Yo me siento muy cómodo en la mitad, entre la ficción y el documental.
Se nota que tiene una necesidad de recuperar la memoria…
Siempre me interesé por el pasado.
¿Qué le mueve del pasado?
Me imagino que es un interés por entender el presente, pero también hay un placer casi fetichista en cuanto a ciertas épocas y ciertas texturas del material audiovisual, como se puede ver en ‘Barajas’. El grano que tenían las películas de los años 70 ya no existe y tengo una fascinación por las texturas que viví en la infancia. No es solo interés por la historia y la memoria, esos grandes conceptos, sino plástico, ver cómo ha ido evolucionando la imagen porque cada época tiene su textura.
Hay esta noción de que el documental ecuatoriano es más fuerte que la ficción.
Tenemos más tradición en el documental. Hay una producción sostenida desde los años 70. Y eso pude ver en la Cinemateca Nacional. No tenemos 100 años de historia, sino 50, pero no deja de ser una historia y una tradición de la que uno es parte. Ubicarme dentro de la producción del país ha sido clave en mi caso.
La importancia de saberse y querer ser parte de una tradición…
Es importante para cualquier arte y para cualquier artista ubicarse en su tradición, sea la que fuere; la pequeñita de la cinematografía ecuatoriana es una tradición. Creo que es un ejercicio importante y es algo que no se da con frecuencia porque somos muy malos para consumir nuestras cosas. No nos leemos. El cine ecuatoriano aún no conecta con el público; nos cuesta mucho. Hubo una época que daba clases en una escuela de cine y los chicos no habían visto una sola película ecuatoriana. Tampoco les interesaba. Por eso no salen cosas interesantes, porque no sabemos ubicarnos dentro de la tradición, porque nos permite saber cuáles son los temas que se han trabajado, cuáles faltan y los que deberían trabajarse.
¿Cómo ser un parricida si no conocemos a nuestros padres?
Ese es uno de los grandes problemas: no conocer la historia. Pasa con la política, siempre fundándolo todo. He tratado de hacer lo contrario a mucha gente que no tiene interés en lo que pasa aquí a nivel de arte y literatura. Yo siempre he tratado de buscar esos referentes.
Trayectoria
Es uno de los más destacados cineastas del país. Debutó con ‘San Miguel ha muerto ayer’, pero destacó sobre todo con ‘Un secreto en la caja’, sobre el escritor ecuatoriano Marcelo Chiriboga, una figura mítica del ‘boom’. Su última obra es ‘Barajas’.