Conversar con Mónica Varea es un ejercicio lúdico, que siempre está acompañado de anécdotas y buenas dosis de humor. No importa si es en una charla informal o se da mientras recomienda un libro; una actividad a la que ha dedicado gran parte de su vida.
Cambió la abogacía por el oficio de librera. ¿Se arrepiente?
Cuando veo mi cuenta corriente, sí; cuando vivo el día a día, no. Los abogados ganan bastante más que los libreros; este no es un oficio fácil. Hay un librito, que se me han robado, por cierto, que se llama ‘Vender el alma. El oficio de librero’, que hace alusión a esta idea de que, de alguna forma, estás vendiendo el alma de los escritores. Yo añadiría que vender libros es conocer el alma del que compra; eso convierte en algo especial el encuentro que uno tiene con el lector.
Empezó trabajando en el Libri Mundi de La Mariscal. ¿Qué recuerda de ese espacio icónico?
La recuerdo como una librería independiente y maravillosa. Enrique Gross era un librero de profesión y una persona excepcional. La mayoría de los que trabajamos ahí veníamos de alguna rama de las ciencias sociales y aprendimos de él. En ese momento Quito era una ciudad diferente y Libri Mundi era uno de los puntos de encuentro para muchas personas. La Mariscal tenía una vida bien distinta a la de ahora; estaba llena de cafecitos y galerías de arte.
¿Ahí nació su gusto por la escritura o eso llegó antes?
La verdad no recuerdo cuándo nació mi gusto por la escritura, desde siempre escribí un montón. Escribía a mano y luego lo pasaba a máquina, finalmente cogía todo lo que había escrito y luego lo rompía y botaba porque sentía que eran cosas muy personales. Cuando mis hijas me regalaron una laptop la cosa cambió; recién ahí comencé a guardar todo. Hubo dos detonantes que me dieron confianza para escribir: uno fue que la editorial Santillana aceptó publicar mi libro ‘Margarita Peripecias’ y el otro fue un artículo que escribí y salió en FAMILIA, que lo titulé ‘Taquigrafiando lo vivido’.
¿De dónde viene esa vena humorística que a ratos es picaresca?
En sus años de juventud mi papá y mi tío Miguel eran número uno para un trago. Mi abuela se desesperaba porque ese par se farrearon todo. Cuando llegaban a la casa les decía: “¡Hijitos, por Dios cuídense que a ustedes de ambos lados les viene!”. Yo creo que a mí de ambos lados me viene, porque los dos tenían un sentido del humor increíble. Si a eso le sumas mi enorme capacidad de meter la pata, mi despiste y que no me pierdo ninguna oportunidad para decir pendejadas te das cuenta de que el humor me sale natural. Pero no soy solo yo, en general los ecuatorianos tenemos esa vena del humor. Solo fíjate cuánto demora cualquier cosa que pasa en esta sociedad para que se convierta en un chiste o un meme. Además, el humor te reconcilia con la vida.
¿En qué momento decidió abrir su propia librería?
En 1996 abrí Servicios Libreros, que vendía a pedido, pero justo en ese momento la situación del dólar era inmanejable y me empecé a quedar con libros; imagínate que un día un señor me dejó colgada con una colección entera de libros sobre pájaros. En 2006, mi hermana me propuso que abramos una librería y un año más tarde lo hicimos. Ahorita tiene 14 años y esperemos que podamos hacerle la fiesta de quince. Con la pandemia nuestra dinámica cambió. En este momento, la mayoría de nuestras ventas son en línea. Eso me ha servido para darme cuenta de que acá la gente sí lee. Hemos mandado libros a lugares que en la vida habíamos oído del nombre; sitios de La Manga del Cura para adentro.
¿En estos momentos ser librero no es un oficio un poco idílico?
De alguna manera creo que en este momento dedicarse a ser librero es algo medio idealista y quijotesco, sobre todo, si eres independiente. Si eres parte de una librería de cadena es otro cantar. Lo que pasa es que Rayuela es intermedia; somos independientes y estamos a años luz de las librerías de cadena, pero no somos tan pequeños como el resto de librerías independientes.
Hablando del nombre de la librería, hay personas que dicen que Julio Cortázar es un escritor para adolescentes, ¿qué piensa?
Primero, no creo que la literatura se puede dividir en una para niños, otra para adolescentes y otra para adultos. Si algo está bien escrito lo lees sin importar la edad. Cortázar es un escritor para todo el mundo. En mis talleres de escritura siempre trabajo con sus cuentos, que son una maravilla.
Estudió en un colegio católico, ¿cómo se llevaba con las monjas?
Nos llevábamos a las patadas. Según ellas estaba predestinada a embarazarme del lechero. Me llamaban chica de mal espíritu. Lo que siento es que siempre fui una persona a la que le gustó cuestionar, preguntar y no aceptar un por qué de entrada.
Trayectoria
Es escritora y librera. Estudió Jurisprudencia en la Pontificia Universidad Católica del Ecuador. En 2007 abrió Rayuela, una de las librerías independientes más importantes de la capital. Entre sus obras destacan ‘Margarita Peripecias’ y ‘Zaz’.